
La historia de Juana Rivas es la historia de un drama: el drama de sus hijos, dos chavales que llevan casi diez años atrapados en una dura disputa entre sus padres separados, situación agravada porque los han lanzado en demasiados momentos al foco mediático para intentar ganar la batalla de la opinión pública. El numerito que se montó el martes cuando estaba prevista la entrega de uno de ellos así lo ratifica.
El caso es muy complejo, con muchas aristas. No se sabe si realmente hay buenos y malos. Solo una serie de sentencias que dan la guardia y custodia al padre; una condena a Juana por secuestro cuando en el 2017 no devolvió a los niños; una denuncia —que se resolverá este año— de Juana Rivas contra su expareja por malos tratos a sus hijos, y otras rechazadas por la justicia italiana. Por su parte, el padre, Francesco Acuri, niega todas las acusaciones de su exmujer, y el fiscal de Menores italiano asegura que la denuncia no impide que el niño pueda volver con él.
Y en medio del drama, los hijos. El mayor, que tiene más de 18 años, ha decidido que no quiere saber nada de su padre y vive en España. ¿Lo ha maltratado su padre o lo ha intoxicado su madre? El pequeño, ahora, tampoco quiere regresar a Italia. ¿Lo ha maltratado su padre o lo han intoxicado su madre y su hermano?
La Justicia no debería tomarse tanto tiempo para dictar una resolución. Si se demuestra que el padre maltrató a los hijos, el pequeño de 11 años puede correr peligro. Y la misión de las estructuras estatales es la de protegerlo. En estas circunstancias resulta comprensible que una madre no quiera devolver a su hijo. Pero si por el contrario Juana manipula a los hijos, también sería necesario que la Justicia actuara con más agilidad para devolver al menor a su entorno, y alejarlo de toda la polémica.
Sea como sea, el problema va mucho más allá de la legalidad, más allá de la decisión de los tribunales. Los dos hijos de Juana Rivas corren el riesgo de acabar siendo dos niños rotos. Si ya de por sí es complejo vivir con padres en países diferentes —cuando la relación es cordial—, mucho más lo es vivir en medio de semejante tensión: mamá tira de una manga, papá tira de la otra.
Ninguna sentencia va a arreglar el roto en sus vidas. Ninguna sentencia va a garantizar que no vuelvan a protagonizar otros episodios como los de esta semana. Ni ninguna sentencia les va a asegurar la tranquilidad en la que deberían crecer.
Nadie ha sabido proteger a estos dos niños, ni la Administración por mucho que ahora hablen de apostar por más regulación, ni la Justicia con su lentitud, ni mucho menos unos padres que, aunque dicen pelear por ellos, los han utilizado como una herramienta con la que vengarse del otro.