
El otro día me fui al súper con mi hija y yo le iba señalando productos: —Llévate estos huevos, que son gallegos y conozco a la dueña. —Estas latas de atún, también gallegas, el dueño es amigo.
—El aceite, este que es de una familia de Ourense.
—Ese pollo, el galleguiño, y la ternera, tiene que ser rubia gallega.
—Este jamón que es de Lugo.
—El vino, este del Rosal, ¿te acuerdas? Fuimos a visitar la bodega. —Y, por supuesto, la leche… de la nuestra.
Mi hija me miraba entre divertida y asombrada de la cantidad de alimentos que vienen de Galicia. Las dos compartimos el gusto por la buena comida, pero cuando además conoces las historias que hay detrás de los productos, comprar se convierte en un acto de compromiso. Nuestra Galicia alimenta a España y a una parte del mundo. La industria agroalimentaria representa el 6,4 % del PIB gallego, genera más de 100.000 empleos y exporta por valor de más de 4.000 millones de euros. Una industria innovadora avalada por la calidad del producto gallego. Pero sí, es tentador ir al súper y comprar esos arándanos marroquíes mucho más baratos que los gallegos. Sin embargo, a veces, lo que parece una buena decisión para tu economía, quizás no lo es tanto. Te invito a saborear uno de esos arándanos de importación mientras te cuento mi razonamiento. Por una parte las empresas de alimentación crean empleo principalmente en el rural ayudando a fijar población y contribuyendo a frenar el fenómeno del abandono del rural. Y con esto contribuyen también a mantener el medio ambiente ya que, donde hay más abandono del rural, hay más riesgo de incendios por que no hay nadie que cuide los montes.
Además, cuando compras productos locales, estás apoyando a las empresas que sostienen nuestra sanidad, nuestras escuelas, nuestras pensiones. Las que crean empleo aquí, cotizan aquí, pagan impuestos aquí. Y con eso, defendemos algo tan importante como nuestro estado de bienestar. No tiene mucho sentido que hagamos que sus productos sean más caros y tengan exigencias mayores haciéndolos menos competitivos y por otro lado compremos los productos del país de al lado con salarios más bajos y exigencias más laxas, porque son más competitivos…
Si todos hacemos así, además de poner en riesgo nuestro Estado de bienestar pondremos en riesgo nuestra soberanía alimentaria pasando a ser dependientes de otros países para nuestra alimentación. Mi intención no es que te atragantes con el arándano importado, pero sí que pienses antes de meterlo en la cesta. Yo, desde luego, quiero una Galicia para comérsela. Y por eso le seguiré comprando producto gallego. Feliz (y delicioso) Día de Galicia.