
Drenar el pantano para expulsar a los pederastas demócratas. Esa fue una de las claves de bóveda del pensamiento MAGA en la campaña del 2016. Así surgió el Pizzagate, el bulo que aseguraba que una pizzería de Washington era el epicentro de un grupo de abusadores ligado a Hillary Clinton. En su segunda campaña, la teoría de la conspiración continuó alrededor del caso Epstein. Trump prometió que publicaría todos los archivos de la investigación, incluyendo una supuesta agenda de cómplices que incluiría a celebridades y políticos influyentes. Ahora se ha acaba de saber que Trump figura en esos archivos, y la documentación del caso sigue bajo llave, lo que está provocando la mayor vía de agua del movimiento MAGA hasta la fecha.
¿Y cuál está siendo la estrategia de Trump? Levantar un circo de siete pistas y lanzar a los leones a las personas e instituciones más odiadas por la parroquia ultra para seguir disponiendo de su cheque en blanco. Y lo está logrando. Importantes actores de la sociedad civil comienzan a rendirse. Se trata de una acción preventiva. Porque, aunque los litigios que impulsa suelen ser frágiles desde el punto de vista jurídico, nadie quiere estar expuesto al núcleo radiactivo de su aparato comunicativo. Trump señala públicamente a sus adversarios, los caricaturiza, y los convierte en objetivo de su red Truth Social. Es un chantaje a la luz del día.
Una de sus últimas piezas ha sido el comediante estrella de la CBS. El programa The Late Show with Stephen Colbert fue cancelado la semana pasada tras nueve años de emisión. Tres semanas antes, la misma empresa había pagado 16 millones a Trump para cerrar extrajudicialmente una demanda contra el programa 60 Minutes (una institución televisiva de casi sesenta años de antigüedad, el equivalente estadounidense a Informe Semanal) por hacerle una entrevista amable a Kamala Harris. Y este mismo jueves, tras hacer los deberes, Paramount consiguió que la Administración Trump le apruebe la fusión con SkyDance, una operación de 8.000 millones de dólares.
ABC News ha seguido un camino similar. Trump demandó a uno de sus presentadores estrella, George Stephanopoulos, por acusarlo de violación durante una entrevista en directo, cuando en realidad había sido hallado responsable de abuso sexual en el caso de E. Jean Carroll. La cadena prefirió evitar el juicio: aceptó pagar 15 millones de dólares a la futura biblioteca presidencial de Trump, cubrir un millón en gastos legales y emitir una disculpa pública.
Toda esta serie de claudicaciones no tienen precedentes. Lyndon B. Johnson. Richard Nixon y Jimmy Carter también fueron famosos por intentar amordazar a los medios respecto a informaciones sobre Vietnam, el Watergate y la crisis de los rehenes de Irán. Pero ninguno logró lo que Trump: sumisión, disculpas y cheques.
No solo la prensa sufre el chantaje trumpista. El miércoles, la Universidad de Columbia aceptó pagar una sanción de 200 millones de dólares para dar por cerradas las acusaciones de antisemitismo, por permitir protestas a favor de Palestina en el campus. A cambio, recuperará una línea de 400 millones de financiación federal, esencial para la continuidad de sus programas científicos.
Aunque de todos, pocos triunfos tan simbólicos como el de reinventar la fórmula de la Coca-Cola. La empresa anunció este martes el lanzamiento de una nueva línea de su clásico refresco elaborada con caña de azúcar en lugar del habitual sirope de maíz. El giro empresarial se produce apenas una semana después de que Trump afirmara en su red social que la compañía, que lleva años importando botellas de Coca-Cola mexicana hecha con azúcar, adoptaría esa medida a petición suya porque «¡simplemente sabe mejor!».
UN libro
El enemigo del pueblo. Un tiempo peligroso para decir la verdad (HarperCollins, 2019) Jim Acosta, editor jefe de CNN en la Casa Blanca, relata su experiencia como una de las primeras víctimas del aparato de intimidación trumpista. El libro narra esa batalla y la degradación del periodismo político en EE.UU.