En defensa del «y tú más»

Jorge Sobral Fernández
Jorge sobral CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA. MIEMBRO DEL DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA Y SOCIOLOGÍA DE LA UNIVERSIDADE DE SANTIAGO

OPINIÓN

MABEL R. G.

29 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hoy en día, y ante los casos de corrupción en política, no eres nadie si no pegas los gritos de rigor contra el «y tú, más». Incluso te arriesgas a un cierto descrédito si intentas ver sentido en las consabidas comparaciones. Y, por supuesto, si te opones a entronizar el «todos son iguales», enseguida te acusarán de fanático partidista al que «se le ve el plumero». En realidad, y pese a quien pese (suele pesarle mucho más al que sale perdiendo en la comparación, claro está), el «y tú más» no es que haya venido para quedarse. No. Más bien, siempre ha estado con nosotros.

Las personas no evaluamos la realidad, no hacemos clases y categorías acerca de las cosas, las ideas, las noticias, tomando cada nuevo evento como un punto aislado, sin contexto, sin un antes y un después, juzgando lo dicho sin tener en cuenta quien lo dice, su autoridad, su conocimiento, su legitimidad, sus intenciones. No. Eso no va así. En realidad, la fuente de un mensaje, quien lo emite, es inseparable del contenido del mensaje mismo. Afortunadamente. Porque eso nos ayuda a entender el mundo que nos rodea, a ordenarlo y a desenvolvernos competentemente en él. Demonizar el «y tú más» equivaldría a que nos dé «igual ocho que ochenta». Y eso no es así, nunca lo ha sido y nunca lo será. Si usted roba una gallina y viene a reprochárselo el estrangulador de Boston, previo paso a desvalijar el banco más cercano, a buen seguro que usted pensará que esa no es la fuente más apropiada para afear su conducta. Y se lo dirá. Y hará bien. Otra cosa distinta, y perversa, sería que esa operación mental acabe persuadiéndole a usted de que robar gallinas está bien o no tiene importancia.

¿Saben aquello de consejos vendo que para mí no tengo? Pues, buena cosa sería que nos aplicáramos el cuento. Y, si no lo hacemos, los demás sí lo harán. Le echarán cuentas al cuento. Siempre lo hacen —y lo hacemos— aunque no reparemos en ello. Por eso hay «relatos», lecturas de la realidad, que cuelan más, y otros, menos. Se suele argumentar, a veces, en sentido contrario con aquella brillante frase: «La verdad es la verdad, la diga el sabio Agamenón o su porquero». Y cuánta verdad hay en ello. Si no fuera porque es una idea solo aplicable al restrictivo ámbito que su propio enunciado abarca: aquel donde existen verdades indiscutibles. Si Agamenón y su muy digno empleado se enzarzaran en una discusión acerca de la existencia de la Ley de la Gravedad, cualquiera de ellos podría dejarse caer desde un balcón: ante el empírico y fatal desenlace, muerto el tipo, difunta la disputa. Roma locuta, causa finita.

Pero en el mundo social, en el permanente intercambio de significados —intencional, a menudo sesgados—, en nuestro vivir y razonar cotidianos existen muy pocas verdades rotundas. La complejidad, a veces, nos exige atajos, simplicidad, rapidez. Y las más de las veces, nos vemos abocados a hacer juicios de valor: y en este caso el metro no es la ciencia pura y dura, las leyes de la naturaleza, el ser de las cosas. Que va. Ahí las herramientas son mi propia experiencia, mis prejuicios (juicios previos) y los de los míos, mi contexto, y hasta mi propio deseo. Y siempre será así.

Lamento si es una mala noticia para alguien. Pero es lo que hay. En cualquier caso, aquellos que tanto se escandalizan con el «y tú más», siempre pueden hacer algo muy sano: intentar que ellos y los suyos puedan decir muy ufanos que «echadas las cuentas, yo y los míos, menos, mucho menos». Pero mucho me temo que va a ser que no. Creer es mucho más sencillo que contar. ¡Así, siempre te sale a devolver!