«Ridiculum mortis»

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

Manuel Bruque | EFE

03 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El escándalo curricular de estos días sugiere alguna reflexión: ¿Qué ambición mueve a alguien a tener tal premura en trepar que le lleve al punto de pecar atajos y condenarse de por vida a la impostura? ¿Qué les dirán sus conciencias, únicas notarias de las mentiras registradas en un currículo quimérico que acabará siendo un ridiculum mortis, ese que solo conoce uno mismo y custodia nuestra más íntima verdad?

Durante una conferencia, el poeta Félix Grande replicaba a las alabanzas de sus anfitriones diciendo: «Lo primero de lo que me puedo jactar es de ser un guitarrista flamenco rotundamente fracasado».

Para el poeta, el auténtico currículo es el que reseña nuestras carencias y no las victorias. Lo dijo dos meses antes de morir pleno de lucidez y sabiduría. Es cierto que el auténtico rostro de lo que somos se refleja mejor en la bruma de las frustraciones que en el espejo de los éxitos, y que pesa más lo renunciado que lo hecho, lo nunca conseguido a lo conquistado.

Los políticos viven cabalgando ambiciones y por ello son más proclives a falsear currículos para conseguir sus objetivos; esto no es nuevo, siempre ha sido así. Lo inquietante es la falta de controles que para cualquier otro ciudadano son obligados, y la respuesta del público a estas tropelías. Tal parece que la cascada de añagazas y corrupciones aireadas en los últimos meses deberían haber aumentado la exigencia de honestidad por parte de la sociedad, pero nada más lejos de la realidad.

Según la opinión —que suscribo al pie de la letra de mi colega castellonense, el doctor Paco Traver—, el problema es que la gente se ha vuelto muy sensible y ha sufrido una bajada vertiginosa del umbral de indignación, gracias a los ideales buenistas que impregnan las sociedades desarrolladas hasta un punto de irresponsable ingenuidad infantojuvenil. Sociedades que niegan cualquier responsabilidad y exigen soluciones a quienes no están a la altura del desafío. La existencia de las redes sociales que multiplican y legitiman la indignación según la tribu a la que se pertenezca. Y lo peor es que esta modificación de las coordenadas sociales, que marcan las líneas de separación entre lo tolerable y lo intolerable, no significan que la sociedad haya mejorado en su moralidad, significa que se ha polarizado de tal forma que una tribu siempre cree que es más moral que la otra.

Pero lo verdaderamente insufrible no son los ridiculums mortis de muchos políticos, sino la mediocridad asfixiante que impregna toda la vida pública y que se ha convertido en un juego de ventajistas, dónde ellos mismos ponen las reglas y construyen sus personajes.

No es amarga la verdad, lo que no tiene es remedio.