¿De qué hablamos cuando hablamos de integración?

OPINIÓN

Marcial Guillen | EFE

11 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En un pueblo de Murcia se niega un pabellón polideportivo a la comunidad musulmana local para celebrar una fiesta religiosa. La excusa es que no se puede utilizar un espacio público para celebraciones religiosas. En un país donde las calles, el corazón y la esencia del espacio público se llenan de vírgenes y santos en procesión durante días y semanas de verano, la excusa está poco trabajada. Sospecho que no pocos de los musulmanes de Murcia son españoles; hay alrededor de un millón de españoles musulmanes, ¡pero qué más da! La realidad es el racismo en boca de los que piden integración pero quieren su expulsión. Porque ¿de qué hablan cuando hablan de integración? ¿De que abandonen las costumbres y tradiciones de su lugar de origen para adoptar las del lugar donde viven y trabajan? ¿De que los niños nacidos en España renuncien a las tradiciones de sus padres inmigrantes para adoptar las de sus vecinos y compatriotas españoles, hijos y nietos de españoles y por tanto más españoles? Y para aclararnos con eso de las costumbres españolas: ¿es más español el pulpo gallego y rezarle a San Roque en agosto o los dátiles de Ceuta y su celebración del ramadán? Integrar no es renunciar, es aceptarse mutuamente, es poder celebrar las tradiciones que honran y recuerdan la memoria de tus padres y tus lugares de origen. Con tu familia y tus nuevos vecinos. Es respeto mutuo. No hay otro camino. Francisco Rivadulla. Teo.

¿Qué pasa con el ascensor de María Pita?

Mis padres viven en la ciudad vieja de A Coruña. Siempre les gustó salir a dar su paseíllo y llegar a casa con las pilas cargadas, como dice mi madre. Hace un par de años, a mi madre le dio un ictus y quedó en una silla de ruedas. Perdió movilidad y tiene secuelas que todos conocemos de esta enfermedad, pero no perdió las ganas de salir a la calle y de quedar con su pandilla de amigas. Mi padre está bien, pero tiene muchos años y sus piernas, a pesar de estar entrenadas, ya no son las que eran. El día que se instaló un ascensor en la zona para poder acceder a la plaza de María Pita y el centro fue muy bien recibido, pero… maldita sea que siempre está estropeado. Puedo bajar a mi madre por una cuesta, pero cualquier día soy arrastrada por la silla y me llevo a algún transeúnte por el camino. También puedo hacer otro trayecto largo con aceras, subidas y bajadas que puedo recorrer con buena voluntad, pero, a la vuelta a casa, necesito las manos de mi hija fisioterapeuta para que me deje la musculatura en su sitio y así no quedarme tiesa. Por favor, a quien concierna, arreglen el ascensor que es algo más que un aparato que sube y baja. Es facilitar y dar vida a muchas personas que viven en la ciudad vieja y que quieren disfrutar en verano del buen ambiente y en invierno de esta maravillosa ciudad. Nuria Suárez García. A Coruña.

Ubicación: perdida

Hace poco leí que entre los jóvenes está de moda compartir la ubicación en tiempo real con la pareja. Todo el rato. Todo el día. Como si amar fuera geolocalizar. Como si la confianza se pudiera medir en coordenadas. No sé en qué momento dejamos de ser personas para convertirnos en puntos azules sobre un mapa. Ya no preguntamos: ¿dónde estás?, sino ¿por qué te moviste dos calles más allá? Ya no existe la ausencia; ahora es una alerta en el móvil. Nos hemos vendido la privacidad como si fuera un lujo que no podemos pagar. Hemos confundido control con cariño, vigilancia con cuidado. Nos abrazamos con una mano y con la otra sostenemos el GPS, no vaya a ser que el amor se escape por una calle secundaria. Quizá el amor moderno no muere de infidelidad, sino de exceso de cobertura. Coloma Campos. Vigo.