
Sobran las palabras. También los conceptos. La indiferencia y la ambigüedad como el silencio son cómplices. Tamaña destrucción, tamaña limpieza, no la habíamos visto en imágenes desde la Segunda Guerra Mundial. Se rompen los sentimientos ante la impotencia, ante la falta de compasión, ante la división de los Estados europeos, ante el unilateralismo de algunos. Nadie niega el derecho de un Estado a defenderse. Tampoco a existir. Derecho a la vida, al respeto de la dignidad humana. Un pueblo no puede volver a ser sacrificado de nuevo como ochenta años atrás lo fue el pueblo judío en la culta y alocada Europa. También hubo muchos silencios cómplices. Miraron a otro lado. Muchos. Al menos una parte de la sociedad israelí empieza a despertar, desde la universidad a ex-altos mandos del ejército y la inteligencia.
La destrucción de Gaza en lo material es total. En lo humano alcanza cotas indescifrables. El daño está hecho por generaciones. Miles y miles de niños han muerto o sufrirán las consecuencias. La vida no vale ni una lágrima. No hay tiempo para ellas. No podemos quedarnos indiferentes ante tanta imagen de horror y destrucción intencionada. Ante tanto asesinato indiscriminado. Leamos con neutralidad la historia. Hay mucho relato que no queremos conocer y ser consciente. Por qué, una y otra vez, se niega siempre el derecho a ser Estado del pueblo palestino? Estamos otra vez sembrando e inoculando odios. Políticas ciegas de destrucción. Culpas colectivas. Silencios hipócritas y pasados que no somos capaces de asumir o que otros usan como escudo. Fracaso y miseria de la comunidad internacional. No hay sentimientos. No hay conciencia. No hay crítica. Todo es silencio. Impunidad y silencio. Norte y sur para un dramático siglo XXI. Genocidios invisibles para las cómodas conciencias occidentales rendidas en el nihilismo más absoluto. La indiferencia que nos ahoga, que nos habita, no puede ser más cruel incluso con la propia cobardía que alimenta nuestra vida.
Sigamos instalados en la atonía intelectual y dejemos que otros hagan, que otros destruyan, que otros empedren los caminos hacia un infierno sin vuelta. Malos tiempos para el silencio. Igual que hace un siglo, cuando todo empezaba en los totalitarismo de un lado y del otro pero que en los extremos se tocaron para destruir la razón y, al final, al propio ser humano.
¿Cuántas muertes tienen que existir para que seamos capaces de reaccionar? Sí, ¿cuántas? Para que la compasión y la piedad se instalen en nuestras conciencias, pero también la justicia y la responsabilidad por tamaña criminalidad sean juzgadas. Es una historia recurrente y donde a unos se les niega todo, absolutamente todo, y se les hacina deliberadamente en la desesperación. Se les usurpan sus tierras por colonos amparados por la impunidad de las armas y la fuerza y una justicia que mira hacia otro lado. Cuánto daño se puede hacer a toda una sociedad cuando la dignidad es secuestrada por el miedo, la venganza y el odio. Y ese silencio que abraza a la vesania y la ignominia también nos hace cómplices por cobardía y cinismo. Y mientras seguirá el asesinato y la destrucción de la vida, de hogares, de una sociedad y de un pueblo. Y seguiremos mirando hacia otro lado y tratando de justificar el derecho a una defensa que nadie niega, pero que no es cuando lo que se produce es un auténtico genocidio y asesinato culpabilizando a todo un pueblo o, conscientemente, negándoles alimento, medicinas y presente. Y eso sí, sigan cada uno con sus vacaciones y sus vacíos vitales. El mundo se encamina a una lenta destrucción.