
Leonardo da Vinci escribió en el siglo XVI que el hombre es el rey de los animales, pues sobrepasa en crueldad a cualquiera de ellos. «Vivimos de la muerte de otros», proclamaba. Era un adelantado a los tiempos. Aún hoy se cometen crímenes a diario sin que sus autores den cuenta ante ningún juez. Ni siquiera ante la humanidad. Sobran titulares en un telediario para demostrarlo. No obstante, era muy optimista y auguraba que llegará el día en que los hombres serán juzgados por la muerte de un animal como hoy se juzga el asesinato de una persona. Pero aún decía más el gran polímata de todos los siglos: «Llegará el tiempo en que comer carne será condenado como hoy se condena el comerse a nuestros semejantes, es decir, el canibalismo». Algo intentó el exministro Alberto Garzón, pero su pretensión la echó por tierra Pedro Sánchez: «Donde me pongan un chuletón al punto, eso es imbatible». Toda esta cuestión me vino al magín al enterarme estos días de que un grupo de arqueólogos han descubierto centenares de restos humanos de hace más de 5.000 años en la cueva de El Mirador, en el yacimiento de Atapuerca (Burgos), con muestras evidentes de práctica del canibalismo. Recompusieron al menos once cuerpos humanos víctimas de antropofagia. Los investigadores se devanan los sesos pensando a qué se deberían estas prácticas. No quiero ni imaginar que fuesen fruto de una mala costumbre o una nefasta tradición. Una muestra de que esta debe tomarse como una guía, no como ley. No vaya a ser que los que quieren volver a los valores de siempre deseen convertirlos en norma. Mirar al pasado, a veces, es volver al neolítico.