
La discusión que se traen los estadounidenses sobre su pasado esclavista genera debates más abundantes y embravecidos cada día. Y con los mismos sesgos que vemos aquí: reescritura de la historia, borrados, reinterpretaciones interesadas, exageraciones. Quizá se trate de una clave típica a la que recurren quienes pretenden polarizar una sociedad. Me parece más urgente ver cómo andamos ahora de esclavos que cómo andábamos antes. Y al ponerme a investigar di con el Índice Global de Esclavitud, que clasifica las prácticas modernas. Estados Unidos, a mucha distancia de los primeros diez, figura todavía entre los países más esclavistas. Es la única democracia plena de la lista, que encabeza Corea del Norte. Le siguen: Eritrea, Mauritania, Arabia Saudí, Turquía, Tayikistán, Emiratos Árabes Unidos, Rusia, Afganistán y Kuwait. En números absolutos, la lideran India, con unos 11 millones de esclavos, y China, con seis. En ninguno de esos países se considera legal y en bastantes se declara prohibida, pero se tolera por razones culturales o no se persigue.
Casi todos son regímenes autoritarios, salvo Turquía, con sus matices. Siete son islámicos. En Eritrea, que sería el octavo, su 48 % de musulmanes pierde frente a la suma de confesiones cristianas y animistas. El otro país cristiano (ortodoxo) es Rusia. China y Corea del Norte rechazan cualquier religión salvo la comunista.
La esclavitud moderna crece y no solo en trabajo forzado, sino también en otras manifestaciones: retención indefinida en el servicio militar, matrimonios no consentidos, trata de personas: niños y mujeres, especialmente destinados al tráfico sexual, de órganos, de emigrantes, etcétera. Si fuera americano, me preocuparía más por el millón largo de esclavos que aún tienen y menos por los que tuvieron.