
Las olas de calor reiteradas, el aldabonazo salvaje del cambio climático, son la nueva pandemia estival. El país es un horno de norte a sur. España está ardiendo por los cuatro costados con incendios explosivos, difíciles de apagar y la mayor parte intencionados, debidos a la mano del hombre. Somos los responsables de crear un horizonte de llamas y cada año ejercemos la piromanía colectiva que es el auténtico paisaje de los pueblos de España durante el mes de agosto.
Las olas de calor, la barrera de los cuarenta grados diurnos, las noches tropicales superando los veinte y muchos grados que impiden conciliar el sueño, son una constante preocupante.
España es un ensayo territorial del desierto que ya se intuye en lontananza, somos el sur del sur más indeseado. Y cuando contemplamos el mapa teñido de rojo de las altas temperaturas que ya se han instalado en España, descubrimos una franja azul que se quedó de guardia en una esquina del norte más al norte, donde duerme el nordés y donde veranea la brisa vespertina que redime la puñalada calórica.
Es en la Mariña lucense donde se ubica este oasis climático que va desde Viveiro hasta Ribadeo. Es un refugio secreto donde no se traspasan los veinticinco grados al sol que definen los mediodías, y en donde no se alcanzan lo veinte grados nocturnos.
Nuestro norte más al norte no está en ningún caso sobrevalorado, e incluso si miras estas noches al cielo, y te pones a contar las estrellas como en la estrofa de la copla gallega, observas cómo escriben el mapa de los deseos las estrellas fugaces de agosto, las lágrimas de san Lorenzo, que regalan la magia de las Perseidas.
Incluso en la orilla de las playas de Covas o Area florece con buena fortuna la línea azul del mar de Ardora, nuestra veraniega y escurridiza aurora boreal.
Desde el corazón del oasis del norte estamos blindados contra el calor desmedido, somos refugiados climáticos disfrutando de una temperatura que acaricia, del sol tibio de las mañanas, del refresco sorprendente del borraxeiro, del sirimiri reparador, de la sonrisa húmeda de la amable y perezosa lluvia.
Habitar este oasis es un premio a los días del verano aguardado. El castigo plural está en la herida sangrante de los incendios que no cesan, en la mano que atenta contra bosques y arbolados. El calor extremo continúa rodeándonos, ya son muchas semanas, es incesante, y no es suficiente que los límites del oasis nos sigan protegiendo. Estas son las coordenadas de un territorio escondido junto al mar Cantábrico.