La economía rusa después de Alaska

Santiago Calvo
Santiago Calvo DOCTOR EN ECONOMÍA

OPINIÓN

GAVRIIL GRIGOROV / SPUTNIK / KREMLIN POOL / POOL | EFE

18 ago 2025 . Actualizado a las 10:42 h.

La cumbre de Alaska entre Donald Trump y Vladimir Putin dejó una escenografía potente y nulos avances sustantivos sobre Ucrania. No hubo alto el fuego ni hoja de ruta; sí gestos de cordialidad y la insinuación de relajar tensiones económicas en el futuro. En rigor: la reunión no produjo un acuerdo y abrió, como mucho, una vía para recomponer relaciones bilaterales.

Ese telón político importa porque la economía rusa ha entrado en fase de fatiga. Según un análisis publicado por Bruegel, el «modelo de guerra» —gasto público masivo dirigido al complejo militar— impulsó el PIB en 2023-24, pero el primer trimestre de este año trajo una contracción del 0,6 % trimestral desestacionalizada y un avance interanual modesto (1,4 %), con desempleo en mínimos y tipos de interés aún muy altos para contener una inflación persistente (9,4 % en junio). Síntomas de sobrecalentamiento en una economía con cuellos de botella de oferta y falta de mano de obra. 

Debajo del titular de «resistencia» hay una reasignación ineficiente: las ramas ligadas a defensa tiran, mientras la economía civil se encoge entre sanciones, escasez de insumos y salarios tensionados. El resultado es una productividad pobre y una inversión privada reticente. Con el crédito público orientado a la guerra, la política monetaria actúa como freno para casi todo lo demás: la demanda interna aguanta por salarios y gasto, pero los sectores no militares pierden fuelle. 

El frente fiscal es aún más delicado. Los ingresos por petróleo y gas, la principal fuente de ingresos del Kremlin, se ven afectados por menores precios del crudo, descuentos, logística más cara y un rublo fuerte. El déficit reduce la capacidad de maniobra, mientras que el Fondo Nacional de Riqueza se ha reducido a niveles históricamente bajos. La financiación depende cada vez más de la deuda interna, lo que podría perjudicar al sector privado. Si el precio del crudo cae y las sanciones financieras se intensifican, la financiación de la guerra se vuelve más difícil.

¿Qué cambia Alaska? Si Washington y aliados relajaran el cumplimiento de sanciones o el apoyo militar a Kiev, Rusia ganaría oxígeno: volvería el crédito y la inversión orientada a la reposición de capital, y el «modelo de guerra» podría prolongarse. Si, por el contrario, Moscú encadena reveses militares mientras sus recursos fiscales se estrechan, el Kremlin se verá forzado a ajustar ambiciones o a mostrarse más permeable a negociar. Por ahora, la cumbre fue más foto que pacto, y Europa quedó fuera del encuadre.

La conclusión incómoda es doble: la economía rusa no colapsa, pero ya no entrega crecimiento de calidad; y la paz no vendrá por la situación económica, sino por una combinación de presión sostenida —mejor cumplimiento de sanciones, especialmente marítimas— y credibilidad estratégica en el campo de batalla. Alaska no cambió esa ecuación; solo recordó que, sin costes crecientes para el esfuerzo bélico, la ventana de oportunidad para una paz justa seguirá entornada, no abierta.