
Si algo caracteriza la vida del ser humano es la imprevisibilidad. Desde que nacemos nuestro futuro está escrito con la tinta de la incertidumbre. En función de nuestras creencias y el entorno en el que nos criemos vinculamos el desarrollo de nuestra existencia a un ser superior, se llame como se llame, al destino o, en último caso, al azar. Cualquiera de estas opciones nos permite avanzar en nuestro camino con mayor o menor seguridad, suerte o acierto. Apoyándonos en el aprendizaje transmitido por nuestros mayores, obtenido tras milenios de observación de la naturaleza, de la experiencia en carne propia y del ensayo y el error, enfermedades que antes eran mortales hoy apenas nos afectan. Asimismo, hemos logrado evitar con bastante éxito, al menos, en el primer mundo, las hambrunas derivadas de malas cosechas, sequías, inundaciones y otros eventos fuera de nuestro control.
Pero este supuesto éxito solo es un espejismo. Vivimos sentados en la confortable comodidad de la cotidianeidad, confiando en que nuestra habilidad para improvisar nos permita superar los obstáculos inesperados que van apareciendo en nuestro camino sin preocuparnos por planificar ni elaborar planes de contingencia. No estamos en absoluto preparados para una pandemia mundial como el covid, ni para las consecuencias de un volcán como el que arrasó La Palma, ni para una nueva guerra a las puertas de Europa, ni para un apagón completo en España, ni para las terribles consecuencias de la dana en Valencia. Ciencia ficción que no lo es en absoluto.
Nos puede el día a día y el miedo a salirnos del presupuesto. Cuando Galicia se ve asolada por una oleada de incendios inédita en nuestra historia, vuelven a surgir los reproches por la falta de planificación y desarrollo. Y, sin duda, están fundamentados. Nuestra sociedad no ha sido formada para prevenir, sino para afrontar a golpe de esfuerzo y solidaridad. Algo inaudito en pleno siglo XXI.
De todos los desastres que hemos vivido tan solo en los últimos cinco años, deberíamos haber aprendido que los problemas no se solucionan con comisiones de investigación, aunque sin duda ayudan. Obviamente, no podemos evitar todas las contingencias, pero sí podríamos paliar sus efectos de manera sustancial. Para ello solo es necesario prevenir y planificar, invertir para ahorrar. Ya va siendo hora de que valoremos a nuestros expertos y apoyemos no solo la investigación sino la planificación.