
Resulta sorprendente el éxito de la telefonía móvil; allá donde vayamos veremos, personas que han adoptado un producto tecnológico como si fuese la prolongación de una de sus vísceras sin las cuales sería difícil vivir. Si olvidamos el aparatito, corremos raudos junto a él para recuperar una pieza valiosa. Desde primeras horas de la mañana aparecen sus demandas. El secreto de este brillo cegador, antes de que se encienda la pantalla, tal vez se halle en que envía mensajes y nos permite entrar en relación a través de una red universal. Disponer de un prodigio así parece la culminación de un afán antiguo y un camino largo.
La fuerza del ser humano procede de su debilidad, ya que no se basta a sí mismo; habernos constituido como una especie poderosa ha sido posible por haber hallado progresivamente medios que permiten la comunicación con el fin de preservar los intereses comunes. Por si todo fallara, algunos ejércitos mantienen la colombofilia: cría de palomas mensajeras, aves capaces de transportar mensajes en sus patas y volar hasta más de mil kilómetros.
Fue necesario inventar el fuego, la transmisión oral de la cultura, la creación de soportes para la escritura —como el papel—, la imprenta, la carta, el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión, la prensa, ordenadores, internet: red que recibe y multiplica la posibilidad y los afanes, con medios cada vez más sofisticados que nos empujan a trascender la soledad que parecía un constitutivo tan esencial que nadie sería capaz de traspasar. Nos comportamos como ríos diminutos que ansían el mar. La falta de mensaje se asemeja a la sequía persistente sin la lluvia, y el más deseado nos llega certero al centro del corazón. Todo se produce al convivir con las costumbres, como si la tecnología fuese solo algo más, cuando en realidad es la manifestación de insondables capacidades de la inteligencia.
Los seres humanos nos alimentamos de los inventos de los antepasados; hemos asimilado los logros para superarlos e ir un poco más allá de los límites establecidos, caracterizados por la flexibilidad —la misma que está presente en nuestra especie—, adaptable a las circunstancias por adversas que sean.
La poesía de Hölderlin expresa que la humanidad es un coro, y deseamos formar parte de él. Parecería dispar poner en relación la sensibilidad poética con la tecnología, pero cuando nuestros antepasados inventaron el fuego y se reunieron para contarse historias, no podían imaginar el poder de la narración, su implícita capacidad de crear sistemas cada vez más complejos, hasta el punto de permitirnos introducir el mundo en un aparato que cabe en un bolsillo.
El intercambio de la información le ha permitido a la humanidad un desarrollo sin fin y experimentar el íntimo placer derivado de la comunicación.