Iniciativas antioccidentales en un mundo en reorganización

José Julio Fernández Rodríguez DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS DE SEGURIDAD (CESEG) DE LA UNIVERSIDADE DE SANTIAGO

OPINIÓN

María Pedreda

04 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace un siglo, Oswald Spengler publicó un famoso libro titulado en castellano La decadencia de Occidente, donde mostraba un profundo pesimismo sobre el futuro de esta parte del mundo. Poco más tarde, Arnold Toynbee entendió la decadencia de Occidente como un riesgo derivado de la incapacidad de renovar su creatividad moral y cultural. Ahora más que nunca, estas ideas se ven como premonitorias.

En efecto, la incertidumbre que rodea al mundo actualmente es debida a distintos factores, aunque quizá el principal sean las iniciativas articuladas desde varios foros para ofrecer alternativas a la tradicional hegemonía occidental. Ello es producto tanto de la propia dinámica de los últimos años, centrada más en el Indopacífico, como de la falta de perspectivas de los occidentales, con líderes acuciados por la urgencia de lo inmediato que pierden la visión y la influencia a medio plazo.

En este sentido, las dos organizaciones que emergen como alternativas al orden heredado son los BRICS (acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, aunque ya se han sumado más países desde el 2009) y la OCS (Organización de Cooperación de Shanghái, surgida en 2001). La primera alianza, aunque partió como una iniciativa económica, ha evolucionado hacia un espacio político y estratégico que desafía a la hegemonía occidental. Por su parte, la OCS ya nació con un preferente peso geopolítico, con Rusia y China a la cabeza, e integrando a las repúblicas centroasiáticas. Sus éxitos solo han sido por el momento parciales, avanzando con dificultad hacia una desdolarización gradual con el fomento del uso de monedas nacionales y la creación de sistemas alternativos de pagos. Ahora se dice que, en las reuniones de esta semana en China, Putin y Xi Jinping han llegado a acuerdos «sin precedentes», sobre todo en cooperación bilateral energética. Las fotos simbólicas que hemos visto en la plaza de Tiananmen, en la conmemoración del fin de la Segunda Guerra Mundial, sirven para construir el nuevo relato del mundo que viene. Preocupante, sin duda, porque este bloque emergente está dirigido por países autoritarios que reprimen los derechos de la ciudadanía. Estos grupos de Estados presentan un gran potencial demográfico y económico conjunto, que se incrementará si finalmente la India se asienta entre ellos. Se vislumbra, así, una reorganización en clave multipolar, inestable, heterogénea, que proyecta un discurso de soberanía, no injerencia y cooperación alternativa.

Por su parte, Occidente se empequeñece: Estados Unidos ya no es un actor previsible, sometido a los vaivenes de Trump, egocéntrico y populista; Europa pierde sus señas de identidad apostando por el belicismo antes que por la diplomacia (como en Ucrania), con líderes que no saben estar a la altura de su historia. Debemos recuperar alianzas y amistades, ¿cómo Rusia puede situarse ahora en el lado antieuropeo cuando ha sido determinante para la identidad del viejo continente? Y no debemos perder nuestro músculo tecnológico y militar. El poder mundial se está redistribuyendo, tenemos que reconocerlo, pero debemos adaptarnos del mejor modo posible al incipiente escenario.

Sea como fuere, nosotros seguimos siendo las verdaderas democracias y tenemos el compromiso ético de extender los beneficios de la libertad por todo el planeta. La solución a este aletargamiento solo vendrá cuando nuestra opinión pública deje de estar manipulada, se rebele y vuelva a actuar de forma racional en la toma de decisiones (y no de modo emocional e irreflexivo). Sin embargo, este deseo, hoy por hoy, lo veo irrealizable por el ecosistema desinformador en el que estamos vegetando.