
Desde que llegó al poder, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, creyó haberse ubicado en una fase de entendimiento con su homólogo de Rusia, Vladimir Putin, y en este sentido orientó su mediación en la guerra de Ucrania. Pero la realidad es que este conflicto bélico, lejos de amortiguarse y desaparecer, sigue siendo una guerra que acaba de extender la agresión de Moscú sobre el espacio aéreo de Polonia, con probables consecuencias si no reabre la frontera con Bielorrusia. Polonia fue atacada por un enjambre de drones y «restos de misiles de origen desconocido», según el Gobierno de Varsovia.
Moscú ha negado toda intencionalidad, pero la realidad es que la mayor parte de los países europeos fronterizos con Rusia han sufrido estos incidentes, aunque hasta ahora no se había producido una intrusión de tanta envergadura. De hecho, esos países están acostumbrados a incidentes menores, como si Putin quisiese poner a prueba la unidad de los socios comunitarios.
Trump alcanzó la presidencia de EE.UU. en el mes de enero pasado con la promesa de obtener en muy poco tiempo la paz en Ucrania y en Oriente Próximo. Pero el propio inquilino de la Casa Blanca ha acabado alimentando ambos conflictos, que siguen vigentes.
En este tiempo, Estados Unidos ha estado perdiendo autoridad ante la consolidación de una multipolaridad favorable a Rusia y China. Razón de más para que los europeos aceleren la construcción de una política exterior unitaria y de una defensa propia. Porque Rusia ha dejado ver que sus verdaderos amigos son China y Corea del Norte.
La condescendencia de Trump ha favorecido que el Kremlin aumente su presión belicista sobre la OTAN.