
Los seres humanos se dejan alentar al odio. De muy buena gana. Lo saben todas las personas que tienen una dimensión pública y, en especial, los cómicos, los humoristas.
Corren malos tiempos para ellos. Para el sarcasmo, la ironía, la retranca. Sobre todo en Estados Unidos. Allí Trump se jacta de haber conseguido echar de las pantallas a grandes figuras como Stephen Colbert o Jimmy Kimmel, suspendido por Disney con la excusa de un monólogo sobre Charlie Kirk, el activista ultraconservador asesinado en Utah, en el que comentaba como el movimiento MAGA intentaba «sacar tajada política» del asunto. ¿Es una barbaridad? No.
La nueva cancelación es la vieja censura. Emana de la Casa Blanca más autoritaria de la historia. La que preside un señor que hizo lo mismo que Bolsonaro en Brasil, intentar dar un golpe de Estado. Atacar la democracia. Ese hombre demanda a los medios por contar lo que no le gusta y pone en la diana a otros presentadores críticos como Jimmy Fallon o Seth Meyers.
Trump sabe intimidar. El emperador, naranja y terrible, da miedo. Pero también tiene miedo. ¿A la Historia? Sí. Y a la risa, como aquel monje asesino de El nombre de la rosa. Los cómicos le aterrorizan. Si eres un narcisista y un autoritario, temes, sobre todo, que te recuerden como un meme.