Las tardes de domingo

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Eliseo trigo | EFE

20 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

La soledad es una plaza barrida por el viento en una tarde de domingo. Al fondo del salón resuena en la memoria la voz de Pepe Domingo Castaño y un Carrusel Deportivo subraya en la radio que hoy es domingo.

Desde la ventana se puede tocar el silencio anochecido de las siete de la tarde de un invierno pueblerino. Las calles no solo están vacías, están solitarias, las tardes son grises y es domingo. Ha desaparecido el espejismo bullicioso del mediodía y de repente la tarde del domingo fue esa manta que nos abrigó en el sofá frente al televisor. Las semanas no comienzan los lunes, adelantaron al domingo su debut mientras añoramos los viejos tiempos y recuperamos en el baúl de los recuerdos amables la canción de Roberto Carlos que es el emblema sonoro de las tardes de domingo.

Vuelves a los viejos buenos tiempos, cuando íbamos a la sesión de cine de las seis, y el día terminaba a las nueve de la noche en el portal de aquella novia de la que ya no te acuerdas de su nombre. Podías con Neruda escribir los versos más tristes cada una de aquellas noches, escribir que desde el centro mismo de la soledad dominical puedes seguir mirando las estrellas para descubrir la luna inmóvil colgada del decorado azul oscuro del firmamento.

Carlos Saura rodó su primera película, un mediometraje titulado La tarde del domingo, que a mí me recuerda, y no se por qué, a Calle Mayor de Bardem, rodada en una pequeña ciudad provinciana donde siempre parecía ser tarde de domingo.

Hace ya muchos años que, desde las primeras semanas del otoño hasta que llegan los días crecientes de la primavera, mi paisaje dominical está escrito en las páginas de los libros que me describen las historias que amo, las ciudades visitadas y las que no he pisado y el catálogo de emociones que todavía me conmueven.

Las tardes de los domingos son las horas muertas que no volverán a ser vividas, las que se esconden en los bares cerrados de la plaza del pueblo, las que no nos acompañan en el paseo que no damos. Son los goles cantados en el grito épico del locutor que mide los tiempos y nos abre la puerta a la añoranza de un tiempo que no regresará ya nunca. Es la España despoblada, la que se oculta cada tarde de domingo. Fuera llueve y la lluvia golpea los cristales de la memoria que nos lleva a las tardes felices del verano, en el que todas las tardes, todos los días, están habitados, todas las tardes son dominicales y posponemos la lectura del libro de la vida para vivir la magia de las tardes del domingo como si no hubiera un mañana.