¿Hay alguna edad en la que dejemos de pelear por nuestros enfermos?

Rosendo Bugarín
Rosendo Bugarín ACADÉMICO NUMERARIO DE LA REAL ACADEMIA DE MEDINA, SILLÓN DE MEDICINA FAMILIAR Y COMUNITARIA

OPINIÓN

María Pedreda

21 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En medicina hablamos de adecuación —que no limitación— del esfuerzo terapéutico para referirnos a la adaptación de las medidas, tanto diagnósticas como terapéuticas, que se proponen a un paciente de acuerdo con su situación clínica y su pronóstico vital. Se trata de evitar la obstinación terapéutica (inicialmente se hablaba de «encarnizamiento»), es decir, la adopción de iniciativas desproporcionadas con muy poca probabilidad de ser efectivas en cuanto al pronóstico o la calidad de vida del paciente que estamos atendiendo y que, además, pueden producir más sufrimiento. Es lo que se ha denominado futilidad médica. Naturalmente, es necesario dejar claro que en la toma de esta decisión no se tiene en cuenta la limitación de recursos sanitarios, es decir, no se trata de una forma de racionalización económica, sino que se basa exclusivamente en la buena práctica clínica centrada en el interés del paciente.

 Dada la incertidumbre inherente a nuestra profesión, no es fácil en algunas ocasiones determinar la naturaleza fútil de una prueba diagnóstica o de una recomendación terapéutica; con frecuencia solo disponemos de la estadística, es decir, la ponderación en una balanza de unas expectativas de éxito muy bajas frente a una probabilidad muy alta de efectos adversos.

No se puede negar que la edad avanzada es, con carácter general, un factor de mal pronóstico en la mayoría de las enfermedades. Ahora bien, los años de vida en ningún caso pueden ser el único factor determinante para establecer la futilidad, sino que es necesario evaluarla en el contexto de la calidad de vida, así como de la fragilidad y reserva funcional, las expectativas de recuperación, las enfermedades asociadas y la dignidad del paciente.

La consideración aislada de la edad para la toma de decisiones tiene un nombre, edadismo, y esta es una realidad frecuente en una sociedad como la nuestra, probablemente se trate de un tipo de discriminación mucho más generalizada que incluso la asociada al racismo o al género y tiene graves consecuencias sobre las personas mayores. A menudo es sutil y pasa desapercibida, ya que tendemos a «normalizar» determinados problemas de salud —como por ejemplo el dolor de la artrosis, la pérdida de memoria o el insomnio— asociados al envejecimiento.

En definitiva, el edadismo es una forma de exclusión, en contraposición a la adecuación del esfuerzo terapéutico que busca asegurar una medicina más humana que priorice, en los últimos años de vida, la «calidad» sobre la «cantidad».