La torre de Babel

OPINIÓN

Ebrahim Hajjaj | REUTERS

24 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Reconozco que llevo un tiempo sin ganas de escribir. La sangre de los que mueren —no solo en Gaza— sigue clamando al cielo como la que, en el inicio de los tiempos, derramó Abel a manos de su hermano Caín. Y siempre por lo mismo: los celos, las envidias, la vanidad, los diversos tipos de etnocentrismo, las ansias de poder. No sé cómo terminará el actual ciclo de crisis que asola el mundo entero, pero, la verdad, no pinta nada bien, entre otras razones, porque las instituciones públicas aparecen cada día más deslegitimadas: pareciera que a quienes hoy las ocupan solo les importase el poder, y lo demuestran descaradamente, sin sonrojo, con su comportamiento y con su discurso.

Buena parte de lo que hacen tiene mucho que ver con historias personales atormentadas, llenas de envidias y espíritu de revancha, miseria humana en grado sumo. Y es por ahí por donde deberíamos empezar a buscar soluciones. No puedo ni quiero sustraerme a la idea de que la humanidad colapsa cuando tiene que enfrentarse a crisis éticas de gran envergadura. Y es aquí donde la semana pasada, ante la tumba del papa Francisco, se me vino a la cabeza el mito de la torre de Babel, sobre todo la frase «nada de lo que se propongan hacer les resultará imposible, mientras formen un solo pueblo y todos hablen la misma lengua». ¿Qué lengua? La del respeto mutuo, el bien común (no confundamos con el interés general) y las virtudes. ¿Lo lograremos? Tengo mis dudas.