
He aquí a un estadista a las puertas del presidio. No busquen parecidos razonables. O búsquenlos, da igual, pero este hombre cuyo tiempo parece aquí congelado ante las pértigas catódicas, este hombre al que acompaña la modelo, cantante y también esposa Carla Bruni, ambos de luto riguroso, este hombre de gesto afligido, y cómo no estarlo si te acaban de caer cinco años de cárcel, se llama Nicolás Sarkozy. Hubo un tiempo, reciente, en el que este hombre que descalzo apenas despega 166 centímetros del suelo fue la persona más grande de Francia. No hacía falta usar metro, su altura era evidente. Sentenciado ahora por asociación ilícita en un caso de financiación con dinero libio de Gadafi, Sarkozy es hoy este señor más bien tirando a bajito que se declara víctima de una «injusticia escandalosa» y anuncia, quién sabe si para compensar su súbita estatura de andar por casa, que dormirá en la cárcel, pero «con la cabeza alta».