Netanyahu y Hamás, dos escollos para la paz

José Julio Fernández Rodríguez / Anxo Varela Hernández ANALISTAS DEL CENTRO DE ESTUDIOS DE SEGURIDAD (CESEG) DE LA USC

OPINIÓN

Shannon Stapleton | REUTERS

28 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El reconocimiento de Palestina como Estado ha vuelto al centro de la escena internacional. En los últimos días, países como Australia, Canadá, Portugal, el Reino Unido y, de forma especialmente significativa, Francia, anunciaron su decisión de reconocer formalmente la existencia de un Estado palestino independiente con la finalidad de reforzar el marco de una paz negociada bajo la fórmula de dos Estados. Estos gestos, producidos en paralelo a la última cumbre de la Asamblea General de Naciones Unidas, siguen generando un nuevo marco diplomático que fortalece —limitadamente— las aspiraciones palestinas y aumenta la presión sobre Israel, aunque todavía sin efectos prácticos inmediatos en el terreno, sobre todo porque el gran actor, Estados Unidos, sigue en su posición precedente.

Desde la proclamación de un Estado de Palestina por la Organización para la Liberación de Palestina en 1988, más de 150 países han reconocido su existencia. Sin embargo, los reconocimientos recientes adquieren un carácter especial: se trata de naciones occidentales tradicionalmente alineadas con Israel, que durante décadas evitaron dar ese paso para no tensar relaciones con Estados Unidos ni debilitar el proceso de negociación.

Para los palestinos, estos gestos suponen un avance simbólico que refuerza su legitimidad internacional y aumenta sus capacidades de interlocución en organismos multilaterales.

Para Israel, en cambio, representan un limitado revés diplomático. Pues, pese a su valor simbólico, los reconocimientos no modifican de inmediato la situación política y militar. Tel Aviv sigue controlando las fronteras, el espacio aéreo y gran parte de la vida en Cisjordania; Gaza continúa devastada por la guerra y su población sufriendo hambrunas —entre otras miserias—; la Autoridad Palestina mantiene un poder limitado y cuestionado; y, lo más relevante, Hamás sigue teniendo una presencia muy importante en el territorio y rechaza acatar las lógicas exigencias de Israel de desmilitarización.

Y, de nuevo, la Unión Europea —sin peso alguno en este conflicto, como en tantos otros desde el punto de vista geopolítico— se encuentra dividida entre países dispuestos a dar pasos simbólicos hacia Palestina, entre los que está España, y otros que mantienen reservas. En el trasfondo pesan diferentes elementos.

En primer término, un factor histórico ineludible: el pasado de Alemania y la memoria del Holocausto, lo que actúa como freno estructural en la política europea. Y, en segundo lugar, la industria militar israelí, que es fundamental para algunos de los programas de armamento claves para los países europeos.

Así, aunque países como Francia o España se inclinen por una vía más activa, la capacidad de Europa de actuar como bloque unitario se ve limitada y condicionada, de igual forma, a las directrices que marca Washington y que, a la luz de los movimientos del presidente Donald Trump, siguen un rumbo impreciso.

Lo que parece claro es que también se convertirán en papel mojado las declaraciones de Mahmud Abbas, líder de la Autoridad Palestina, en las que aseguraba que Hamás y el resto de facciones tendrán que deponer las armas y no desempeñarán ningún papel en el futuro de la Franja de Gaza. Ello, porque Netanyahu sigue enrocado en su posición de máximos; porque la omnipresencia del grupo terrorista Hamás en la región sigue siendo indiscutible; y porque la existencia de un gobierno autónomo sobre Palestina sería un último paso precedido de otros eventuales e inciertos, como la previa existencia de un organismo de transición con el respaldo de la ONU y el apoyo del Golfo.

Sea como fuere, el camino hacia un Estado palestino efectivo, con fronteras seguras y reconocimiento pleno en Naciones Unidas, sigue siendo remoto. La cuestión clave no estriba en cuántos países reconocen a Palestina, ni en el veto que Estados Unidos mantiene en el Consejo de Seguridad, sino en cómo traducir ese respaldo en transformaciones tangibles que acerquen la paz a una región marcada por décadas de conflicto y, mientras tanto, exigir el respeto del Derecho Internacional Humanitario y de los Derechos Humanos.