
Hace 25 años, la comunidad internacional adoptó, por unanimidad, un compromiso histórico: la Agenda Mujeres, Paz y Seguridad. Nació de la convicción de que la paz duradera es inalcanzable sin la participación plena y equitativa de las mujeres, reconociendo no solo la necesidad de garantizar su protección (en particular de la violencia sexual como arma de guerra) sino, sobre todo, su papel esencial en la prevención de los conflictos, en la mediación, la negociación y la consolidación de la paz. Este hito normativo, que prometía una revolución en la forma de abordar la seguridad global y la paz, está en crisis en una realidad geopolítica cada vez más hostil.
El panorama internacional ha cambiado drásticamente en estos 25 años. El optimismo de la posguerra fría, que impulsó avances sustantivos en los derechos de las mujeres (la mitad de la población), ha sido reemplazado por un orden multipolar y fragmentado. En algunos países, estos derechos, considerados durante décadas símbolo de progreso, se han convertido en un campo de batalla ideológico. Movimientos «antigénero» ganan fuerza, cuestionando, como nunca antes, la igualdad de género, y erosionando avances que se daban por consolidados. Esta tensión se agudiza en un mundo de divisiones geopolíticas, en el que los conflictos armados son más frecuentes y complejos, el multilateralismo atraviesa su peor momento, y la diplomacia, el diálogo y la cooperación como mecanismos de solución de conflictos ceden terreno a soluciones basadas en el uso de la fuerza militar.
El último informe del secretario general de Naciones Unidas sobre la agenda Mujeres, Paz y Seguridad es un grito de alarma. En un contexto de violencia sin precedentes y proliferación de conflictos bélicos, el informe subraya cómo los progresos de las últimas dos décadas y media se desvanecen ante nuestros ojos. Las mujeres continúan infrarrepresentadas en la toma de decisiones, y su participación en los procesos de paz disminuye, alcanzando su punto más bajo en años. La paz y la seguridad siguen siendo, abrumadoramente, un asunto de hombres. Según los datos más recientes, las mujeres representaron, en promedio, solo el 9,6 % de los negociadores de paz. Adicionalmente, los procesos de paz se han vuelto más opacos y fragmentados, creando una tensión entre los acuerdos alcanzados por las élites políticas y las demandas sociales de una paz justa y transparente.
Urge recuperar la relevancia de la agenda Mujeres, Paz y Seguridad. Y ello pasa por adaptarla a las realidades y retos presentes (resiliencia social, amenazas a la democracia, entre otros). Consolidar una visión de la seguridad en el siglo XXI, que va mucho más allá de la defensa, lo requiere. El liderazgo y la contribución de las mujeres en la prevención, la mediación, la negociación y la reconstrucción postconflicto han demostrado su efectividad. Su participación sustantiva, y no meramente cosmética, funciona a favor de una paz y seguridad para el conjunto de la sociedad.
Integrar esta agenda en la conceptualización de la seguridad, la defensa y la paz es hoy, en un orden internacional en cambio, una necesidad estratégica. No es posible responder a los desafíos actuales sin la participación de las dos mitades de la población. Los países que prioricen esta agenda estarán invirtiendo capital político en la paz y la seguridad globales.