
Hace ya dos años que los actores y guionistas de Hollywood paralizaron la fábrica de los sueños para hacer valer una larga relación de reivindicaciones laborales que amenazaban su trabajo. Uno de los puntos importantes de la lista era la amenaza latente de la inteligencia artificial. Las cámaras volvieron a rodar porque el conflicto laboral se desatascó gracias a una cláusula que, parecía entonces, regulaba de forma razonable el uso de estas herramientas sin dañar a la profesión.
Dos años después, el sindicato de actores ve su acuerdo pender de un hilo por la irrupción en la industria del cine de Tilly Norwood, una actriz de facciones ideales y edad indefinida que es la primera intérprete creada con IA. Una compañía británica acaba de presentar de manera oficial a esta intérprete sintética, que tiene agente propio y está disponible para contrataciones. Aseguran que hay otras muchas Tillys gestándose silenciosamente y que se darán a conocer próximamente. Sus creadores la defienden y afirman que las buenas historias ya no tendrán las limitaciones presupuestarias de las superestrellas. Que la existencia de Tilly, argumentan, no es muy diferente de la de un personaje de animación. Pero la gran pregunta es otra: ¿cuántas escenas reales, cuántos gestos y emociones de actores humanos ha copiado Tilly para poder existir sin remunerar a nadie?