El «diktat de paz» en Gaza para la comunidad internacional

Juan Manuel Bautista Jiménez PROFESOR DE DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO Y RELACIONES INTERNACIONAL DE LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

OPINIÓN

Ebrahim Hajjaj | REUTERS

02 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Aún no se ha cumplido el plazo («tres o cuatro días» a contar desde el lunes pasado) otorgado por el presidente de Estados Unidos para que Hamás acepte el «plan para la paz» en Gaza y la espiral de muertos, violencia y destrucción continúa en los territorios palestinos ocupados por Israel.

Es bien sabido que toda propuesta sensata de solución de un conflicto (y más aún en el ámbito del Derecho Internacional) requiere de la participación de los actores directamente implicados. No es el caso del autodenominado «plan para la paz» en Gaza. En realidad, se trata de un diktat o imposición unilateral de quien está en posición de ventaja. En efecto, el «plan» fue cocinado por la Administración Trump y solo en el último instante Netanyahu pudo incluir algunas reivindicaciones. Se dio a conocer en una rueda de prensa en la Casa Blanca tras la reunión de Trump y el primer ministro israelí, que no aceptó preguntas de la prensa (ni siquiera de la «prensa amiga» como le animó el anfitrión). Hamás reconoce tener conocimiento de este en ese momento al igual que todos nosotros. A mi entender, queda claro que el destinatario del diktat no solo es el citado grupo terrorista sino la comunidad internacional en su conjunto. Por consiguiente, mientras Hamás ha prometido responder rápido, los demás actores de la comunidad internacional han movido sus piezas con inusitada celeridad y en un sentido favorable al «diktat de paz» de Trump. Confieso mi extrañeza ante un apoyo tan amplio y sin matices. Desde los Estados árabes (algunos de los cuales pudieron ser informados la semana pasada en reunión aparte en el marco de la Asamblea General) al Reino Unido, y de la Unión Europea a las propias Naciones Unidas (ambas organizaciones internacionales apartadas del proceso) han respaldado el «diktat de paz». Solo ha recibido una respuesta negativa por parte de la Yihad Islámica, grupo terrorista menor que participó con Hamás y que mantiene secuestrados a algunos de los rehenes vivos.

  No hay que ser un avezado analista para concluir que el «plan para la paz» resulta muy impreciso y sin plazos concretos en casi todos sus aspectos a pesar de su envoltorio en forma de documento de 20 puntos. No hay espacio para comentarlo con detalle. En lo esencial, los dos únicos aspectos positivos son la finalización inmediata de las operaciones militares y bombardeos israelíes y el plazo de 72 horas tras la aceptación del plan de paz, para devolver todos los rehenes, vivos y fallecidos. Todos los demás puntos del plan de paz relativos a cómo, cuándo y hasta dónde se retiraría el Ejército israelí o, la reanudación de la distribución de la ayuda humanitaria a la población de Gaza depende de la voluntad de Israel (Netanyahu ya ha dicho que no cumplirá todo lo que aparece en el plan) o, en última instancia, del humor del presidente Trump. No deja de ser aberrante jurídicamente, incluir como un punto de un acuerdo de paz, lo que el Derecho Internacional humanitario exige con carácter imperativo, la distribución de la ayuda humanitaria a la población en riesgo de inanición. También lo es que Trump advierta a la comunidad internacional que, si Hamás no acepta, Israel «seguirá teniendo las manos libres para hacer todo lo necesario para terminar el trabajo». Mientras Hamás decide su respuesta, la comunidad internacional, se ha apresurado a renunciar al multilateralismo y al concepto de «paz positiva», que tanto costó amasar tras la adopción de la Carta de las Naciones Unidas, en favor de lo que se denomina el mal menor.