El plan de paz de veinte puntos que el presidente de EE.UU., Donald Trump, ha presentado para promover un alto el fuego en Gaza implica el desarme total de Hamás, la entrega de todos los rehenes y el establecimiento de un gobierno temporal, que estaría bajo la autoridad de propio Trump, para reconstruir la franja de acuerdo con sus planes, a cambio de la detención de las operaciones militares israelíes y la liberación de algunos presos. Netanyahu lo ha aceptado porque no puede hacer otra cosa, depende absolutamente de Trump, y tal vez también con la esperanza de que Hamás lo rechace y tenga vía libre para completar el genocidio de los gazatíes. Y, sobre todo, porque es muy favorable para Israel, no da plazos de retirada del ejército israelí, ni garantiza un alto el fuego permanente, ni contempla que el gobierno de Gaza sea responsabilidad de los palestinos, cuestiones estas que han sido planteadas por los responsables de Hamás, desde Catar, como condiciones mínimas para aceptar la propuesta estadounidense.
No obstante, el plan tiene elementos positivos. El primero, y sin duda el más importante, es que puede detener ya la matanza y dar vía libre a la entrada sin límites de ayuda humanitaria. La situación es tan desesperada, con centenares de miles de civiles desahuciados, perdidos en un territorio arrasado, sin alimentos, sin medicinas, sin energía, sin sitios donde alojarse, sin ningún lugar a donde ir…, que el silencio de las armas tiene que ser necesariamente bienvenido, aunque venga acompañado de la imposición de condiciones injustas y humillantes. Además, paraliza su expulsión de la franja, cuya anexión es el objetivo real de la masacre lanzada por Netanyahu, que hace ya mucho tiempo no que tiene nada que ver con combatir a Hamás, sino con la limpieza étnica, como han declarado algunos de sus ministros. Mientras los palestinos continúen en Gaza no todo está perdido, el futuro se mantiene abierto a cualquier posibilidad.
Sobre todo, es que no hay alternativa. La dura realidad es que Trump manda y decide, y si da luz verde a Netanyahu los palestinos serán borrados de Gaza. Nadie que no sea él puede detener el genocidio. Ningún gobierno, europeo, árabe o de otra parte del mundo, se atreve a ir contra Israel mientras EE.UU. lo respalde. Es cierto que la gente se está movilizando, cada vez hay más presión ciudadana, y es posible que las protestas consigan que algunos países empiecen a estrechar el cerco político y económico a Israel, lo que podría conducir algún día a disuadirlo. Pero lo más probable es que cuando quiera dar resultado, si lo da algún día, ya no quede ningún palestino vivo en Gaza.
Las duras críticas que se hacen a la iniciativa de Trump por muchas personas, partidos y organizaciones internacionales son sin duda ineludibles y fundadas. Es un plan colonialista que pretende perpetuar el sometimiento del pueblo palestino de Gaza, creando una especie de protectorado, sin tener en cuenta su libre determinación y su capacidad de autogobierno. No ofrece garantías de que vaya a ser respetado por Israel, sino que le deja manos libres para seguir controlando la franja, con el respaldo de EE.UU. Pero es que no hay otro, y mientras escribimos o leemos estas líneas están muriendo decenas, centenares. Probablemente, si se preguntara a los palestinos que están malviviendo angustiosamente en tiendas de campaña, apiñados, en Al Mawasi, hambrientos, sin electricidad ni agua, dirían que sí, que entre en vigor mañana, al menos los que aún tienen hijos. ¿Quién puede decretar, desde su sillón, que es inaceptable?
Por eso, explicar hasta qué punto el plan es perverso, engañoso y nada fiable es justo y necesario, pero eso no debe impedir que se implemente cuanto antes. Pedir que se rechace, sin tener una alternativa que pare la masacre, es cruel e insensible hacia las víctimas. Apoyemos que el plan entre en vigor, exijamos que se respete en todos sus puntos, e inmediatamente después, una vez que las armas callen, los niños coman, y los enfermos sean atendidos, reanudemos las protestas y presiones que cada cual considere convenientes hasta lograr una paz justa, completa y real en Palestina, que garantice la seguridad y la libertad de sus habitantes, incluida la constitución de un Estado propio independiente, democrático y pacífico, que pueda convivir en un entorno de respeto mutuo, con un Israel seguro en sus fronteras, abierto y tolerante, si es que eso es posible.