Desde el bachillerato soy lo que habitualmente se conoce como una persona de letras. Mi vida profesional se ha desarrollado entre libros, apuntes, clases y conferencias. Y así ha sido hasta hace poco más de tres meses, cuando las circunstancias y un profundo sentido de la obediencia me llevaron a asumir la gestión de una obra social con más de seis décadas de historia que, entre otras actividades, tiene un hogar de ancianos y un centro de menores. Una obra social creada por el cura del pueblo junto con un buen número de colaboradores, cuando eso del estado de bienestar ni se sabía lo que era. Una magnífica aportación a la vida de ese pueblo y su comarca, como la propia alcaldesa —no precisamente de derechas— tuvo a bien reconocer.
Viene esto a cuenta por los comentarios periodísticos y en redes sociales que están apareciendo últimamente por la utilización hasta cierto punto espuria del cristianismo por parte de determinados personajes políticos occidentales. Normalmente se alude a Trump y sus secuaces, pero no deberíamos de olvidar el gran interés que tuvieron, por ejemplo, Yolanda Díaz o Pedro Sánchez en hacerse una foto con el papa Francisco. Dicho lo cual, y siendo fieles con los datos, en el balance respecto a lo que suponen para el bien común, las religiones, y más en concreto el cristianismo, pesa mucho más lo positivo que lo negativo, también en esta hora de la historia. Creo que sería bueno no olvidarlo.