Trufas

Carmen Reija
Carmen Reija COMER BIEN

OPINIÓN

04 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Botánicamente son el fruto de un hongo subterráneo que crece asociado a las raíces de plantas leñosas de avellanos, encinas y robles, por ejemplo. Las especies que más se utilizan son la blanca de verano (Tuber aestivum), de aroma y sabor suave, y la negra de invierno (Tuber melanosporum), muy apreciada a nivel culinario por su aroma y sabor.

Aunque crecen libremente en algunas zonas del mundo, se cultivan con éxito en varias localidades españolas. Los productores plantan árboles con el hongo inoculado y los cuidan durante años hasta que obtienen su primera cosecha. Las condiciones de cultivo son muy concretas y existen prestigiosos especialistas en la materia.

En su composición química destaca la presencia de abundante agua, minerales (potasio, fósforo, selenio, hierro, calcio, magnesio, manganeso y azufre) y vitaminas (especialmente del grupo B).

Para mantenerlas una vez han llegado a sus manos sería aconsejable conservarlas en la nevera unos días (máximo diez), sin limpiar, envueltas en papel de cocina absorbente y en un bote hermético que debe abrirse a diario y cambiar el papel si se ha humedecido. Es aconsejable lavarlas en el momento en que van a ser consumidas, para evitar que se estropeen.

Se recomienda añadirlas a los platos en crudo y en pequeñas cantidades debido a su potente sabor, así como esperar al momento final de la preparación (máximo tres minutos) para que mantengan sus propiedades y no se estropeen durante el calentamiento (evitar superar los 70º). Se pueden usar ralladas, cortadas, laminadas, etcétera.

Existen múltiples recetas en las que resultan deliciosas: rellenos de asados, helado, licor, huevos fritos, tortilla, con aceite (oliva, girasol, sésamo) sobre pan tostado, arroz, pasta, pescado, revuelto, ensalada, mantequilla, nata, queso, foie gras, aguacate...