
Tiene razón Pedro Simón, periodista de los que hay que leer para aprender. Simón es también un novelista que llega con sus libros por el atajo de las familias al corazón. Digo que tiene razón cuando escribió en una de sus columnas vertebrales en el diario El Mundo un texto en defensa de los gordos. Hablaba de la superpoblación de supremacistas delgadas y delgados y solo podemos aplaudir y darle las gracias. Aporta estos datos: «Dice la Sociedad Española de Obesidad que el 22 % de la población encuestada llevaría mal tener un jefe con sobrepeso, que un 25 % no votaría a un político gordo, que un 30 % de la población nunca o difícilmente se enamoraría de una persona con kilos de más». Tremendo. Y luego reflexiona sobre lo bien que nos vino que Lalachús diera las campanadas y la campanada. Y me sumo al aplauso de que siga en lo más alto de la fama.
Hay una epidemia de odio contra la gordura. Los llevan señalando para mal toda la vida. Los críticos se escudan en que estar delgado es saludable. Ojo, a veces la delgadez es una enfermedad como la copa de un pino si las exigencias de esta sociedad de sanos nos hacen caer en los extremos y por culpa de las supremacistas delgadas, como les llama Simón, vemos cada vez más a chavalas y chavales hundirse en trastornos hasta casi desaparecer y poner en riesgo sus vidas. Sé lo que dicen los médicos sobre la obesidad. Sé lo que dicen los médicos sobre dejar de comer hasta el desastre. Pero lo que no soporto son esas corrientes indocumentadas en las redes que hacen mucho daño con sus teorías falsas sobre cómo controlar la grasa corporal hasta la náusea. Los mayores ganamos kilos y no es el fin de la tierra. Es la ley de la gravedad. Es increíble que no queramos tener líderes pasados de peso, gordos o directamente obesos. Pobre Churchill. Nos quedamos con la imagen. ¿Somos solo una fotografía? Me niego a ser un vídeo corto. Hay personas con sobrepeso que son diez millones de veces más inteligentes que un loco del running. Hay personas gordas que tienen una empatía que no encuentras ni por error en un tipo enjuto, de esos que están tan delgados que parece que están chupando un limón de lo consumidas que tienen las mejillas. No puedo evitar añadir que conozco gordos maravillosos que tienen un sentido del humor que harían reír sin parar a un coro de niños estirados. Cada uno vive como puede y como quiere. Pero las redes sociales no pueden borrar de la sociedad a un montón de seres humanos estupendos que les encanta comer. Más de una vez me he encontrado que donde había mucho músculo había muy poco cerebro. No se trata de elegir entre el Quijote y Sancho Panza. Pero cómo mola Sancho Panza con su sensatez de buen papador. Viva las tallas grandes. Viva la diversidad. No nos dejemos teledirigir por la publicidad, que no hay quién se la crea. Por ese mundo falso de filtros que embellecen y provocan envidias que acaban en trastornos. Vive y deja vivir. También a aquellos que la existencia les llevó a pesar más de lo que parece que está permitido. Adoro a las personas de peso. Mi madre era una de ellas y tenía un nombre genial: Fina.