Me parece que la Academia Sueca ha sido hábil y justa al otorgar el Premio Nobel de la Paz a una guerrera, a María Corina Machado, «por su incansable labor promoviendo los derechos democráticos del pueblo de Venezuela y por su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia». Bien dicho. Porque en Corina Machado se premia a un pueblo al que robaron la democracia, primero, el bienestar, después, y finalmente su patria. Por supuesto, las izquierdas del mundo se abstuvieron de levantar un dedo o un grito en contra de la emigración forzada a otros países de más de ocho millones de venezolanos o del casi millón que se ha visto obligado a trasladarse a otras zonas del país. Nada que ver con Gaza. A la dictadura venezolana se le pueden atribuir menos muertos, eso sí, pero quizá más desaparecidos, más encarcelados, más torturados. A Corina le impidieron presentarse a las últimas elecciones, claramente fraudulentas como ha reconocido medio mundo, incluso el Gobierno de España, si bien de aquella manera...
Corina Machado ha arriesgado y arriesga todo por Venezuela: persecuciones, arrestos arbitrarios, retenciones de varios días, amenazas de muerte a ella y a los suyos, inhabilitación política sin fundamento, vigilancias infames. El comunismo acostumbra a convertir naciones enteras en campos de concentración. Hace falta mucho coraje para luchar en condiciones tan desiguales y tan sola. A las pocas manifestaciones convocadas por aquí contra el chavismo acudieron, sobre todo, exiliados.
Una semana de buenas noticias para Gaza, para Venezuela y para los premios Nobel, resabiados por el ridículo del premio a Obama, que se quitan la presión de Trump.