Tierra quemada

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Eliseo trigo | EFE

11 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Habían pasado dos meses y el paisaje desolado, abrasado por el fuego que galopó con el viento de un verano de sucesivas olas de calor, era un desierto de grises cenicientos. Su casa se salvó del incendio que cabalgó desabrido con su carro de fuego quemando todo el valle. El contorno de aquella aldea de la Galicia despoblada semejaba uno de los cantos de el infierno en la Divina Comedia de Dante, todo era desolación, mientras la brisa arremolinaba las cenizas en una espiral de duelo por la tierra quemada.

Miraba absorto al monte, observaba fijamente la cenicienta capa, el mapa de grises de lo que había sido su territorio de vida, vio las casas vacías que el fuego destruyó como si fuera un cruel epílogo de la naturaleza, una ardiente venganza contra la soledad, y contestó al reportero al preguntarle cuándo dejaría la aldea. Su respuesta fue que alguien tiene que quedarse. Setenta y tres años, viudo, solo, al volver de la emigración se instaló con su mujer en la misma casa en donde había nacido, era el último habitante de un lugar en el que creció el fuego este agosto. Decidió quedarse para ser testigo de un tiempo de desesperanzas, cultivaría de nuevo el huerto, cuidaría de las gallinas y combatiría la soledad que brotaba al otro lado de las ventanas. Esperaría sin prisas el día en que llegara la muerte, acaso la misma que sembró la aldea de tierra quemada.

Quizá no verá crecer la hierba ni verdear los campos junto al regato que pasa al lado de la casa, después del invierno que ya se anunciaba al caer la tarde con los días mermados y las noches infinitas, aguardaría el canto del cuco proclamando, como siempre, la primavera.

De nuevo el milagro de la naturaleza trocará en verdes este paisaje de ceniza y se recuperará el terreno que hoy es un páramo yermo hasta donde alcanza la mirada.

Ardió Galicia y el fuego quemó el futuro de docenas de aldeas despobladas. Alguien tiene que quedarse, alguien tendrá que ser el ultimo testigo, el héroe épico de una historia que concluye.

Los hijos viven lejos, acaso vengan a verle alguna vez, serán bien recibidos, les contará de nuevo el relato de una vida, les dirá que sus vecinos se fueron yendo, sus casas pasaron a nutrir el censo de la España despoblada. Quedó la iglesia y el pequeño cementerio, que es una metáfora de las aldeas gallegas donde no habita la vida. El fuego quemó mucho más que el bosque y alguien tiene que quedarse a seguir viviendo en el corazón de esta tierra quemada, la Galicia que ardió un agosto.