Ya llego tarde a la polémica anual del premio Planeta, en la que tanto me gusta participar, como si fuera una tomatina de Buñol o un concurso de comer huevos duros. Es una polémica fácil y generalmente divertida en la que, a mí, aparte de las obviedades de que cada uno hace lo que quiere con su dinero, me motivaba en las convocatorias anteriores la ingenuidad de los comparsas que enviaban su manuscrito para ver como año tras año el, premio caía fuera del sector, en territorios del teatro de variedades o de las películas de Gracita Morales, por poner un ejemplo pintoresco. Pero ahora ya no. Ahora he comprendido que para presentarse al Planeta hay que ser terraplanista y pensar que el susodicho es en realidad un plato. Para presentarse al Planeta después de tantos y tantos años de basura cósmica, ya no cabe estar mal informado. Ya solo cabe ser tonto.
Ahora bien, la ministra Yolanda Díaz, que gusta de acercarse al mundo del libro y hace bien -yo la veo en la velada literaria que por Sant Jordi organiza el diario La Vanguardia repartiendo sonrisas, feliz como una perdiz-, debería pensarse dos veces su asistencia a esta charada del premio mejor dotado del “planeta”. Pero que también es el menos trasparente. Y creo que la ausencia de los reyes este año debería ser una ruptura definitiva con un acontecimiento pública y manifiestamente polémico (y que, por boca de su presidente, hace gala de serlo). Por cierto, que ya se rumorea que el próximo premio será para Trancas y Barrancas.