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Sarkozy lo fue todo. Un icono de la derecha en Francia cuya salida del poder ha supuesto el relanzamiento de los Le Pen y sus acólitos. Siempre se creyó intocable y en el discurso que acompaña su caída hay muchos tópicos que desde hace un año se repiten también por España. Las alusiones al lawfare son constantes: «Hoy no entra en prisión Nicolás Sarkozy, hoy entra en prisión un inocente», escribió antes de ser escoltado por la policía a la cárcel. Ese furgón representa el sic transit gloria mundi (así pasa la gloria del mundo) que el monje Tomas de Kempis acuñó en el siglo XV, mensaje habitual a emperadores y papas del medievo.
Sarkozy sobrepasó todos los límites mientras pudo. Se aprovechó del dinero de un sátrapa sanguinario como el libio Gadafi para financiar sus veleidades políticas. Hay quien dice que incluso también algunas personales. La agenda de contactos personales del expresidente francés incluye muchos episodios de difícil explicación. Las acusaciones a los rivales políticos de envidia y mala fe cada vez que era señalado no le sirvieron para escapar del largo brazo de la ley. Casi dos décadas ha tardado la Justicia francesa en dictar una sentencia firme. Quizá la resolución llegue demasiado tarde, pero quienes se creen tocados por una varita mágica e inmunes ante el Código Penal deberían tomar nota.
