La frenética actividad diplomática en el hemisferio norte nos está dejando sin resuello a los analistas. La multitud de frentes nos conduce a una dispersión informativa y a relegar involuntariamente muchas cuestiones que pueden acabar en serios problemas fronterizos. Así, mientras se suceden las escaramuzas, por no decir enfrentamientos directos, en la frontera entre Afganistán y Pakistán, y Corea del Norte alardea de armamento nuclear, la realidad de sus poblaciones es que no solo afrontan la falta de derechos y libertades, sino una hambruna que compite con la terrible situación que se vive en Sudán y Palestina. Pero a pocos interesa o, por lo menos, preocupa seriamente la suerte de poblaciones cuyo malestar parece no conducir a ninguna desestabilización que requiera una urgente intervención.
La visita, casi antinatura, que el presidente interino de Siria, Ahmed al Sharaa, ha realizado a Moscú tras la de su ministro de Asuntos Exteriores del mes de septiembre y los viajes de delegaciones rusas a Damasco en enero y septiembre, si bien recogida por los medios, no ha suscitado gran controversia. Enmarcada en la campaña de normalización internacional siria, está dando grandes frutos de manera tan discreta como eficaz. Y es que, habiendo sido Putin un valedor crucial para que Bashar al Asad lograra mantenerse en el poder durante la guerra civil siria, que se prolongó durante más de una década, y por lo tanto, ser enemigo de la causa de Al Sharaa, hubiera cabido esperar que acercar posturas entre ambos líderes requiriera de bastante más tiempo. Pero Al Sharaa se está evidenciando como un pragmático que prefiere sacrificar sus principios a cambio de beneficios para su país.
No es difícil adivinar que, como en política impera el reino de la oportunidad, la necesidad y la disponibilidad, probablemente Al Sharaa ha obtenido importantes contrapartidas económicas a la extensión de la concesión de las bases militares rusas en su costa, si bien ha regresado sin que haya trascendido la opinión de Putin sobre la posibilidad de extraditar a Rusia a la familia Asad, que sigue aferrándose a la excusa humanitaria. Definitivamente, dos halcones pragmáticos sobrevolando de nuevo la vieja Vilad al Sham, mientras Trump sigue paseando con su corte de aduladores dejando tras de si un caótico desorden mundial.