El falso avance de Elma Saiz
OPINIÓN
El anuncio de Elma Saiz de congelar en el 2026 las cuotas de los autónomos con menores ingresos ha sido bien recibido, pero no resuelve el problema de fondo. Porque el error no está en cuánto se paga, sino en cómo se calcula lo que se paga. El sistema de cotización aprobado en el 2022 se construye sobre una confusión: los llamados «ingresos reales». Esa expresión suena moderna, incluso justa, pero es engañosa. Los ingresos reales no son beneficio neto. Son una estimación media de lo que se cree que se va a ingresar, menos unos gastos deducibles genéricos, que nada tiene que ver con la rentabilidad efectiva de cada actividad. Un autónomo que factura 2.000 euros al mes y soporta 1.200 en gastos tiene un beneficio real de 800 euros; sin embargo, el sistema le asigna una base de cotización muy superior. El resultado es evidente: se cotiza sobre una cifra que no refleja la capacidad económica real.
Desde el Gobierno se defiende que esta reforma permitirá a los autónomos acceder a prestaciones más justas y pensiones más dignas. La teoría suena bien, pero los datos la desmienten. Aunque el autónomo cotice más, la mejora de su pensión es mínima; los topes siguen siendo los mismos y la mayoría no logra acceder al llamado «paro de autónomos». El nuevo sistema recauda más hoy con el argumento de proteger mejor mañana, pero sin garantizar que esa protección llegue. Y lo hace aplicando a los autónomos la lógica de los asalariados, cuando son dos realidades distintas: uno tiene ingresos estables; el otro vive en la irregularidad.
En buena parte de Europa la ecuación es distinta. En Alemania, muchos autónomos no están obligados a cotizar al sistema público de pensiones: pueden hacerlo de forma voluntaria o invertir en planes privados adaptados a la irregularidad de sus ingresos. Los pequeños negocios disfrutan del régimen Kleinunternehmer, que les permite estar exentos de IVA cuando su facturación no supera una cantidad concreta. En Francia, el régimen micro-entrepreneur presume gastos elevados y grava solo una parte reducida de la facturación. En Italia, el Forfettario aplica un tipo del 5 % o el 15 % sobre un rendimiento estimado por sectores, más próximo al beneficio real. Y en los Países Bajos existen deducciones automáticas sobre el beneficio y exenciones de IVA para pequeños negocios. Todos esos modelos comparten una misma filosofía: gravar lo que se gana, no lo que se factura, y dar al profesional libertad para decidir cómo proteger su jubilación.
En España, el PP ha propuesto elevar el umbral de exención del IVA hasta 85.000 euros anuales, una cifra superior a la de la mayoría de los países europeos. Sería una medida positiva, pero no basta si seguimos cotizando sin tener en cuenta el beneficio real. El problema no es solo fiscal, sino estructural: el sistema ignora los gastos imprescindibles para producir.
Si de verdad queremos armonizar con Europa, hagámoslo en lo que funciona. Cotizar sobre el beneficio neto real, permitir deducciones automáticas por actividad, establecer umbrales de exención para micronegocios y dar libertad para elegir el tipo de protección social. No se trata de pagar menos, sino de pagar según la realidad de cada negocio. Armonizar no es copiar lo que conviene para recaudar más, sino copiar lo que permite producir mejor. Y producir mejor empieza por una verdad tan simple como olvidada: ingresos reales no son beneficios reales.