Durante los últimos días ha causado revuelo la intención del Gobierno de subir otra vez las cuotas de autónomos. Pero no quiero hablar de eso. Lo que me preocupa de verdad es un sabotaje silencioso, mucho más profundo que el económico: el educativo. Desde hace años compagino ser profesor y emprendedor. Y esta vez, ambos caminos se han cruzado en el peor punto posible. El Gobierno ha decidido eliminar la asignatura Empresa e iniciativa emprendedora y sustituirla por Empleabilidad II.
Puede parecer un simple cambio de nombre. Pero no lo es. Porque las palabras importan. Con este cambio, hemos pasado de enseñar a crear proyectos a enseñar a buscar trabajo. De formar líderes que levantan empresas a formar empleados. De crear a cumplir. De arriesgarse a obedecer. De pensar en grande a conformarse. Y no me malinterpreten: el empleo es necesario. La empleabilidad es valiosa. Pero sin empresas no hay empleo. Si nadie quiere asumir el riesgo de crear, ¿en qué empresa van a trabajar aquellos que estén bien preparados? Un país que educa solo para encontrar trabajo se condena a depender siempre de quien los genera. Se trata de enseñar a tener iniciativa. Quiero que mis alumnos aprendan a proponer, arriesgar y construir. No quiero que practiquen cómo adaptarse, sino cómo transformar. No quiero que se limiten a buscar oportunidades, quiero que aprendan a crearlas.
Y no quiero que mi hija crezca pensando que el camino correcto es obedecer y seguir un camino que han hecho otros. Quiero que sepa que puede inventar su propio camino. Vamos a seguir creando. Porque cada vez que nace una empresa, nace un futuro posible. Y aunque parezca que el sistema nos prefiere sumisos, seguiremos siendo incómodos. Porque sin emprendedores no hay país.