No descubrimos nada nuevo si decimos que el presidente Sánchez es el rey del relato. En la política del vértigo, de la selva, el relato lo es todo. En realidad, lo fue siempre. Antes se llamaba propaganda. Goebbels sabía del asunto. Ganar el relato es ir por delante, desarmar al rival, obligar a hablar de lo que a ti te interesa. Identificar lo que le preocupa a la gente y posicionarse el primero del lado de la mayoría. Así, el lunes apareció el presidente Sánchez con un chaleco debajo de su americana y dijo que ya estaba bien de cambiar la hora. Que dos de cada tres españoles no querían seguir con el lío de mover las agujas del reloj y que le iba a proponer a Europa, aprovechando que en el 2026 caduca esta decisión, que no se haga más. El 80 % de los europeos tampoco quiere el baile de hora. Le dio igual abrir tan pronto este debate, incluso sabiendo que hasta el 2027 no viviremos con un reloj fijo, si es que avanza la propuesta. La decisión europea que está vigente incluye todo el 2026.
Este lío, que sucede dos veces al año y que nos trae locos a muchos, empezó en España en 1918, como contó Suso Flores, mi compañero en La Voz. Medida que tuvo idas y venidas, pero que, cuando la crisis del petróleo apretó, se quedó como lo tenemos ahora en Europa. Se pensó que se ganaría luz y que se ahorraría energía. Ahora está demostrado que no es tan así. El ahorro, dicen algunos expertos que es mínimo. El presidente Sánchez insistió en que en España acabaremos con la doble hora. Habrá al fin solo una. Enseguida, las redes se dividieron entre el equipo invierno y el equipo verano. Los hay que prefieren quedarse en las cuatro estaciones con el horario que hoy domingo hemos puesto en marcha. Pero los hay que prefieren para todo el año el horario que se impone en verano. Hay científicos para las dos teorías. Hasta en el interior de los científicos habitan los opinadores. Una vez más, el presidente Sánchez ha obligado a todos a hablar de lo que él quería. A aparecer como el representante de la sensatez. Dejemos de marear a mayores y niños, que son lo más sagrado, dándole vueltas al reloj por unas migajas de luz. Migajas que además no tienen nada que ver en Galicia o en las Baleares. En Barcelona o en Fisterra. Todos a la misma hora, durante el año entero, tiempo al tiempo, menos esa sagrada frase que seguirá diciendo a las horas en punto en las radios: buenos días, son las nueve, una hora menos en Canarias. Los médicos, por supuesto, han dado su veredicto. Y los hay a favor y en contra. Más de un siglo después podemos detener el mareo del cambio dos veces al año. Con Sánchez parece que están Finlandia y Polonia. La UE dice que no es una prioridad, pero reconoce que preocupa. Los que sufrimos con el horario móvil no queremos más relojes de Dalí que se derriten rigiendo nuestras vidas. Una hora, la de verano o la de invierno, pero una. Que no mareen. ¿Trasnochadores o madrugadores? ¿Quiénes ganarán? El crápula que necesita noche como un pitillo fuego. O el que ansía luz a primera hora para bañarse en el mar.