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El presidente del Gobierno entró en el Senado atacando a la comisión «de difamación» y tirando del manual del y tú más. Repitió decenas de veces las muletillas «no lo recuerdo» o «no me consta» y apenas reconoció lo más evidente, como el cobro de algunas facturas —«liquidaciones de gastos» en el lenguaje de Sánchez— antes de instalarse en la Moncloa. Porque luego sería ilegal, claro. Pero fue incapaz de decir cuánto cobró, cuántas veces y por qué. Por lo que pueda aparecer en las memorias de Koldo o en los informes de la UCO. Normal.
Aunque no faltó la risa estruendosa ni la mueca de disgusto en el tono de voz más bajo posible, en muchos momentos se pudo ver a Pedro Sánchez igual de descolocado que Mariano Rajoy cuando afloraban los escándalos de la Gürtel que acabarían costándole al Gobierno.
Sánchez no le mandó un mensaje a Ábalos de «José Luis, sé fuerte», aunque ayer fue incapaz de criticarlo más allá de decir que no compartía sus prácticas. Avaló la tesis de Bildu de que Santos Cerdán es una víctima por su vocación de pactar la investidura con ellos. Y no paró de atacar a quienes considera sus rivales: Feijoo y sus sobresueldos, Ayuso, paradigma de todos los males y la corrupción, Mazón y su nefasta gestión en la dana, o Moreno Bonilla, la última incorporación al argumentario socialista.
Entre tanto reproche se le olvidó explicar por qué fue tan rápido el rescate de Air Europa, por qué y por quién se rescató Plus Ultra y de donde salía el dinero que Ferraz repartía sin demasiado control. Le faltó el epílogo de Rajoy: Todo era mentira... salvo alguna cosa. Y parece que queda mucho por salir.
