El diccionario criminal español está plagado de palabras como chistorra, soles, lechugas, magdalenas o bizcochos. El campo semántico de los dulces se identifica con la corrupción del PP y el de los salados con la del PSOE, pero todas las aportaciones salidas de las últimas mentes descarriadas de los dos grandes partidos españoles comparten un rasgo: la querencia por las cosas de comer cuando se trata de buscar tapaderas lingüísticas que despisten sobre lo de siempre, la pasta y, en concreto, la pasta en sitios y en bolsillos en los que no debería estar.
En la comparecencia de ayer de Sánchez en el Senado afloró esta chispeante creatividad de unos y otros. Los socialistas con las chistorras y las lechugas y los populares con los bizcochos y las magdalenas, herederos todos de una vieja tradición y de una intuición semántica que prospera en el mercado de lo negro, sea este de dinero ilegal o de farlopa. Por aquí nada nuevo.
Sí es más interesante esa inclinación por la chacina que ha mostrado la izquierda y por lo almibarado que ha manifestado la derecha porque quizá haya aquí claves ontológicas definitivas que no hemos sabido ver y que explicarían muchas cosas. Al fin y al cabo, el mundo es dialéctico y el motor del cambio es la contradicción entre fuerzas opuestas, también entre los corruptos.
A lo largo del tiempo, la vida te va poniendo en la tesitura inevitable de elegir: Evax o Ausonia, Coca-Cola o Pepsi, monarquía o república; reguetón o arandbi; Tosar o Bardem, ceviche o escabeche, Baiona o Sanxenxo, tampón o copa menstrual, marchas o automático. Pero entre chistorras y magdalenas, la decisión debería estar clara: ayuno, al menos intermitente, que dicen los científicos que alarga la vida y reduce el colesterol malo.