Experiencia en la sedación de mi mascota
El 31 de julio llevé mi perrita Abbey a consulta en un hospital veterinario, por tos y otras patologías, y salió con un tratamiento farmacológico (antibióticos). El 20 de octubre entró en quirófano para una operación de hernia estrangulando la vejiga y se le descubrió en la boca un carcinoma. Tras la intervención, el animal empeoró y acudí el 1 de noviembre a urgencias, donde le pusieron una inyección, pero, ante el rápido deterioro, le comenté al veterinario de guardia que había que pensar en la sedación. Me dieron cita para el día siguiente y tuve que esperar más de una hora mientras atendían curas de otras intervenciones; incluso otro perro que llegaba en la mismas condiciones que Abbey tuvo preferencia para la sedación.
Llevar a tu mascota para la sedación es uno de los momentos más duros de tu vida a su lado. Buscas y deseas el acompañamiento del veterinario, pero cuando este apareció, detrás del muro del hall de entrada, no miró al animal ni me preguntó nada. Lo normal habría sido preguntar qué le pasaba a la mascota y a su dueña. Mantener el contacto visual, un mínimo de empatía, y no esconderse. Eso sí, atiborraron a la perrita de medicación, que evidentemente cobran y que no puedes devolver.
Esta carta es el legado que deja la perrita Abbey para advertir a los humanos que no se dejen llevar por cantos de sirena en las clínicas veterinarias. Busquen profesionales honrados, que amen a los animales y también a sus dueños, y cuyo único objetivo no sea convertirse en fábricas recaudadoras de dinero. María Isabel Mariño.
De (in)cierta edad
Soy un chico, mayor. Un señor (negrita-cursiva-subrayado). El algoritmo se me hace chicle y me rebelo, porque no se me revela, ma non troppo. Las criptomonedas me huelen a pirámide de Zoser: estafa piramidal, quiero decir. La inteligencia artificial me parece un pequeño paso para el ciudadano de a pie, mas un salto galáctico para los que amontonan millones, tantos como granos de arena se mecen en la playa. Los ordenadores cuánticos… ¡uf!, el gato que está, y no está, triste y azul, porque nunca se olvida que fuiste mía. Las redes sociales, el paradigma de la soledad más absoluta: pescan sardinillas de cartón piedra. La realidad virtual, un espejismo, como Gaza, Ucrania, Trump, Putin… Soy mayor, y mi nivel de inglés, medio, of course. F. Javier Santos. Porto do Son.
No faltan huevos
Cuando aparece la noticia de la gripe aviar, lo primero que sube es el precio de los huevos. Y lo curioso es que, a nivel sanitario, se sabe perfectamente que los huevos cocinados son seguros y no presentan riesgo para el consumo. Entonces, si el producto sigue siendo apto para comer, ¿por qué pagamos más?
La respuesta no está en la salud, sino en la economía. La industria aprovecha cualquier situación que genere alarma para justificar subidas de precio. Aunque la afectación real en la producción sea mínima, basta con la palabra «brotes» para activar la narrativa de la «escasez» y del «incremento de costes». Y ahí, sin que realmente falten huevos en los supermercados, los precios suben porque el mercado sabe que la gente va a seguir comprándolos igual. Silvia Fernández Rodríguez. Lago (Valdoviño).
Carril para autobuses en A Coruña
Las calles que se reforman en A Coruña tienen aceras amplísimas y carril bici en su mayoría. ¿Por qué no se pone un carril para buses, donde viajamos muchas personas apiñadas y a veces puede llevar 40 minutos o más hacer un trayecto en la propia ciudad? Para pasear ya tenemos un paseo marítimo precioso. Antonia Rodil.