Lo de Mazón no tiene nombre. Su negligencia, su aguante en el puesto a pesar de todo lo ocurrido y, finalmente, su forma de despedirse son una sucesión de despropósitos.
De su ausencia durante las horas más críticas de la dana hace un año no se puede decir nada más: negligencia, desidia, desinterés, abandono... Y debe ser lo único en lo que está de acuerdo casi todo el país.
De su aguante en la presidencia, también está todo dicho. Es tan increíble que haya querido quedarse al frente de la Generalitat como que el líder nacional del partido, Alberto Núñez Feijoo, haya dejado que se quede. ¿Qué pensaban? ¿Que con el paso del tiempo la gente se iba a olvidar de todo lo ocurrido? Los insultos en el funeral dejaron claro que no iba a ser así. ¿Que sus pecados iban a ser perdonados si acometía una brillante reconstrucción? Pues ni lo uno ni lo otro: 229 muertos son demasiados muertos, y muchos de los que sobrevivieron aún no han recuperado su vivienda, su negocio, su colegio...
Y llega el momento en el que Mazón da finalmente el paso. Ya sea por presiones de superiores, compañeros y/o votantes, porque escuchar el dolor de los afectados el día del homenaje fue demasiado duro, o por todo un poco, Mazón dimite. Pero ni esto lo hace bien. Primero, y obvio, porque lo hace tarde, un año después. Segundo, porque mantiene el acta de diputado, con lo que se garantiza el sueldo y el aforamiento. Y tercero, porque tras solicitar de forma voluntaria comparecer en las Cortes valencianas, en lugar de explicar su ausencia en las horas clave y sus decisiones posteriores, opta por dar un discurso de 23 minutos en el que culpa de todo al Gobierno central. Todo ello, arropado por los diputados del PP, que respaldaron su postura y sus argumentos.
Lo más grave no son las críticas a Sánchez, que pueden considerarse parte del intercambio político. Lo más grave es que haya tenido la desfachatez de decir que no tuvo nada que ver en el envío de la alerta, pero sobre todo que su presencia no era necesaria porque no era miembro del Cecopi: «No tenía responsabilidad operativa en la emergencia», se atrevió a decir.
¿Que no era miembro del Cecopi y que no tenía en consecuencia ninguna responsabilidad en la gestión de la catástrofe? ¿Tampoco tuvo, al menos, un poco de interés en saber qué estaba pasando con los valencianos? Si Mazón considera que el día que ocurre una catástrofe no es necesario que él esté, entonces ¿qué significa para él presidir la Generalitat? ¿Ir a las Fallas y fotografiarse con la fallera mayor? ¿Hacer el discurso de Navidad en la televisión? ¿Ir a la Tomatina de Buñol? ¿Ir a Madrid al desfile de las Fuerzas Armadas?
El papel del Gobierno de Sánchez habrá que analizarlo, claro. Pero las responsabilidades que puedan achacársele no eliminan de ninguna manera la negligencia y los errores de Mazón. No solo no estuvo, sino que transcurrido un año considera que no tenía que estar, que mientras Valencia se inundaba su sitio estaba en El Ventorro. Tanto con sus palabras en la comparecencia como con su decisión de mantener el acta, solo confirma que sigue sin saber dónde tiene que estar.