El enigma de Dios

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Sony México

15 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Manuel Azaña proclamó en el Congreso que España había dejado de ser católica. Corría el año 1931. No se cumplió su vaticinio profético, aunque el catolicismo entró en un lento declive que nos llevó de un 92 % de practicantes bautizados en 1978 al 56 % en el 2024, haciendo buena la frase levítica de Nietzsche cuando decretaba que Dios había muerto porque nosotros lo habíamos matado.

Margarita Yourcenar, citando a Flaubert, escribió en Memorias de Adriano que «cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido, hubo un momento en que solo estuvo el hombre». Ahora vivimos entre la fe y el postureo volviendo la mirada hacia el Dios de los cristianos. Acaso es solo un espejismo, pero se evidencian algunos brotes verdes en la práctica religiosa. Fenómenos mediáticos como la propuesta musical de la cantante Rosalía o el éxito de la reciente película de Alauda Ruiz de Azúa Los domingos, han reactivado la esperanza de un regreso de los jóvenes a los tradicionales principios religiosos. Lo divino está de moda.

Dios es un enigma permanente, la religión está cercada por luces y sombras. En estos tiempos de un materialismo primario y egoísta se ha difuminado el sentimiento de trascendencia y el hombre vuelve a estar solo. La asistencia a las misas dominicales ha decrecido notablemente, la incorporación de jóvenes a las prácticas religiosas es muy minoritaria pese a los esfuerzos de institutos seglares como los neocatecumenales y el Opus Dei, entre otros. Las iglesias evangélicas importadas de Latinoamérica continúan incrementando el número de fieles, mientras el Islam sigue concitando un gran interés entre sus seguidores, que ven como se incrementa el número de mezquitas en España.

De los tiempos pretéritos del nacional catolicismo, entre la hipocresía, la superstición y los golpes de pecho, hemos pasado a este páramo yermo donde la fe se escurre como el agua entre los dedos.

Dios no juega, según Einstein, a los dados con el universo, es sutil pero no malicioso y su silencio sigue siendo un enigma. Azaña se equivocó en cien años, tal vez erró para siempre. Quién sabe.