Los artistas de verdad suelen ser personas muy trabajadoras, apasionadas, incansables, que se resisten a terminar sus obras porque consideran que admiten siempre mejora. Rosalía responde a ese perfil. El lunes pasado acudió a La Revuelta y me dio la impresión de que había preparado hasta el último detalle de lo que haría o diría. Pero también Broncano y sus jefes. El espectáculo televisivo, que batió récords, mereció alabanza desde todos los ámbitos y con razón. Rodearon a Rosalía de invitados brillantes de significación ideológica cargada, empezando por Almodóvar, Alexia Putellas o Manuela Carmena. Esto dio pie a que circularan en las redes sociales fotos de este grupo de invitados, con Rosalía en el centro, y de los invitados a El Hormiguero de ese mismo día con la leyenda: nosotros y ellos. Había comenzado la operación «Hagámonos con Rosalía». Los días siguientes escuché a periodistas alineados con la izquierda comentarios muy favorables a Rosalía: el contenido de su disco Lux, recién lanzado, pese a su carácter religioso, les encantaba hasta el punto de que alguno decía en broma que estuvo a punto de bautizarse al terminar de escucharlo. Y ya el jueves vino lo mejor.
El propio Pedro Sánchez se presentó en Radio 3, de repente y fuera de agenda oficial, camisa negra y chaqueta vaquera, para alabar el disco de Rosalía. Tampoco se resistió a sus letras sobre Dios. Se trataba de arrimarse a la imagen de la cantante y, a la vez, intentar abrirse algo de hueco en un mundo que ha perdido: el de los jóvenes.
Bien visto, bien jugado. A la oposición no se le hubiera ocurrido ni con dopaje. Como dirían mis paisanos, o Lakoff, les están moviendo los marcos.