Donde hay una cantidad elevada de dinero público siempre existe el riesgo de que surjan prácticas corruptas. Lo vimos en los gobiernos de Felipe González, con el caso Filesa, Roldán o el BOE; lo vimos en la trama Gürtel que hizo caer a Rajoy, y lo volvemos a ver con Santos Cerdán. Hay dos tipos de tramas o dos niveles en la misma trama. El primero atañe al enriquecimiento personal cuando salen a la luz unos chorizos viviendo por encima de sus posibilidades. Y el segundo, cuando se constata que las mordidas sirven para financiar el funcionamiento del partido.
Que el dinero ingresado de forma irregular se utilice para pagar la actividad de una formación política es de una tremenda gravedad, porque pone en cuestión el sistema democrático. Si un partido al que los ciudadanos le encargan dirigir el país se salta los mecanismos de control y hace trampa, queda deslegitimado.
Sin embargo, la memoria popular tiene su propio funcionamiento. ¿Qué es lo que recordamos sin esfuerzo de los casos de corrupción que salieron a la luz tras la crisis del 2008? Las tarjetas black. Aquellas que Caja Madrid puso a disposición de sus consejeros, que estaban fuera de la contabilidad oficial y que los beneficiarios usaron en cuestiones tan vinculadas a su desempeño profesional como cenas de lujo, copas, hoteles, muebles o palos de golf. ¿Y de la Gürtel? El Jaguar en el garaje que no llamó la atención de la exministra Ana Mato, a cuyos hijos la trama también pagó la comunión y un viaje a Disneyland París. ¿Y qué vamos a recordar de la trama Cerdán? La imagen de su mujer, La Paqui, famosa entre las vendedoras de El Corte Inglés por su costumbre de gastar y gastar.
¿Y por qué son estos detalles los que permanecen en la memoria? Porque cualquier ciudadano puede medirlos, valorarlos. Porque todos vamos a El Corte Inglés y sabemos lo que es comprar allí. Porque ir a Disneylandia es un esfuerzo que muchos padres no pueden permitirse y marchar de vacaciones requiere mucha planificación para millones de familias. Cuando se descubre que los que tienen que velar por el bienestar del país se gastan el dinero en cosas que a los demás les cuestan tanto esfuerzo, es imposible contener la indignación. Indignación por saber que los representantes a los que han elegido en las urnas creen que dedicarse al servicio público es disponer de una tarjeta sin límites.