En 1969 se publicó en Francia y rápidamente llegó a España la novela Papillón, de un proscrito de los barrios bajos de París que, falsamente acusado y condenado por el asesinato de un proxeneta, es enviado a la Isla del Diablo en la Guayana francesa. El libro narra las penurias y los intentos de fuga del preso y se vuelve de inmediato un superventas mundial. También hay otras obras fruto del encierro forzoso. Una de las más desgarradoras es El Sexto, de José María Arguedas, y, sin duda, una de las más amables es La cárcel, del autor colombiano Jesús Zárate, una novelita deliciosa que ganó el Premio Planeta cuando se le daba a la calidad literaria. En esto deben pensar los nuevos presos de Soto del Real. Que tras las rejas estuvieron la Pantoja y Ruiz Mateos, Cervantes y Fray Luis de León, y, en el siglo XIX, medio país, que iba entrando y saliendo según la tendencia de los gobiernos. En el castillo de San Antón, por ejemplo, se daba unos buenos banquetes el diputado y viajero Juan Manuel Pereira, que se fugaba para reaparecer sin previo aviso en su escaño del Parlamento. El gran Pereira había nacido en Redondela y allí pasó los últimos años de su vida —aunque esto bien poco les importa a sus vecinos y las autoridades locales que los gobiernan—.
En la cárcel uno puede escribir una novela o planear su fuga. Puede simplemente jugar al mus y leer a Pérez Reverte mientras el tiempo y la pena pasan. Pero puede también planear su venganza, como el conde de Monte Cristo y José Luis Ábalos.