04 ene 2011 . Actualizado a las 02:00 h.

Pasaron la noche de fin de año solos. De los hijos, la chica quedó descolgada en Alemania, consecuencia del enamoramiento con un teutón rubiales, el mayor trabaja en Ermua, el que le sigue es votante en Santa Perpetua de Mogoda y el benjamín pastorea en Alcorcón. Viven nostálgicos en el pueblo, cada vez menos, rodeados de piñeiros, incuria y viejos; en una aldea sin niños. Los nietos los ven, si coincide, una vez al año.

La chatarra parlante burocrática que nos mangonea, ¿será posible que nos hunda, aún más, en la desertización, el abandono, la despoblación? Será posible. Dicha chatarra es insaciable en su afán de apalancar hijos en trabajos burocráticos cercanos y pantagruélica trincadora del dinero de todos. Se dedican a eso y les va muy bien. Negocio rentabilísimo y sin competencia.

Colocó un vinilo Gardel en el Philips que trajo, hace cuarenta años, en su primer viaje de vacaciones, cogió a su perica por la cintura y le susurró al oído: «Prenda imos bailar este tango».

Agarraditos, como solo lo hacemos los que sabemos que abrazar a nuestra mujer es pecado venial, les dieron las doce campanadas. Hoy jugaré, con él, la partida de cartas en el bar.