CD Ourense, milagro imposible

Isaac Pedrouzo ESTO NO ES OREGÓN

OURENSE

05 ago 2017 . Actualizado a las 20:28 h.

Me considero incondicional amante de las fronteras urbanísticas de mi ciudad. Mi favorita siempre ha sido el estadio de O Couto. Hogar del CD Ourense. Modesto y peleón club atrapado en un eterno «ahora te quiero, ahora te odio» con su afición. Pulso imprescindible en toda relación de dos. Yo me califico como ese tipo de personas que se suben al carro de los logros ajenos. En el año 94, con el equipo en segunda división, decidí ir por primera vez al campo. Durante el calentamiento previo, una señora de la edad de mi abuela corría la banda arriba y abajo al compás del juez de línea justo antes del partido. Le gritaba casi sin sentido como hacemos todos cuando nos gana la excitación o la pasión. «Ya nos vas a joder. Qué malo eres», y otras declaraciones poéticas sin que el árbitro todavía inaugurase con el pitido inicial. Yo la bauticé como la señora Julia. Nunca pregunté su nombre real. Mientras en la grada el licor café y la cerveza iban tomando el mando poco a poco, se presentaba en el campo el nuevo flamante equipo, donde el marroquí Abdellah -que juraba marcar más faltas que penalties- y Eguavoen -internacional nigeriano- ejercían de estrellas mediáticas. Aquel año el equipo acabó descendiendo de categoría entre aplausos, brindis y algún silbido tímido. Volví a aprovecharme del ascenso en el 97. El escenario era parecido: el licor, la señora Julia y unos cuantos fichajes que, entre cánticos de rima fácil, encendían un poquito la luz. Parecía utópico tocar la gloria con dos dedos, pero casi la rozabas con solo uno. Pasadas las jornadas, y sin haberlo planeado de antemano, me convertí en un hooligang de manual que deja lo racional esperando en el asiento de atrás del coche aparcado en el párking improvisado de la entrada. Párking gestionado por el gorrilla de turno. En el descanso del encuentro subí al bar en busca de un bocadillo -el último que les quedaba- para merendar (costumbre de madre que uno no debe perder)- y una cerveza. Con el segundo tiempo ya en juego, un penalti en nuestra contra suscitó una ira que ni yo mismo era capaz de reconocer, y en un arrebato de neurótico desequilibrado que no tiene nada más alrededor, le lancé con todas las fuerzas que pude reunir mi bocadillo de chorizo al linier. Todas mis fuerzas no fueron suficientes y la merienda se quedó a medio camino humillada y sola en el césped. Perdí toda concentración en el juego y gasté los siguientes 40 minutos en mirar el bocadillo, maldiciendo mi nervio psicótico, calmando el crujir del estómago a base de cervezas que durmieron mis sentidos hasta el punto de ya ni escuchar un solo ruido alrededor. Ni siquiera a Mornar, del que me hice amigo compartiendo vida nocturna. Mucho tiempo después el CD Ourense desapareció. Me enteré por la prensa -yo no volví desde mi intento de agresión- de que sus socios fundaron la UD Ourense. También lo sé porque, a veces, desde lejos, todavía se puede escuchar a la señora Julia.