Hace nada, un local de Granada, que se presenta en las redes sociales como bar de tapas y restaurante, con apuntes promocionales del tipo fusión, mercado, mediterráneo, sumando guiños a un público pretendidamente interesado en las cuestiones del buen comer y no menos buen beber, hacía gala de «ribeiro turbio» en una imagen de Instagram. Tal cual. La foto ha desaparecido, tal vez porque alguien ha hecho lo que debía y les habrán dicho que esa cosa turbia no es lo que dice ser. Y que se dejen de hacer el chorras. Que no exhiban ignorancia. Que se lo beban ellos, sin publicitarlo, o que lo tiren, pues se arriesgan a tener que dar explicaciones ante un juez. Porque nunca se sabe qué es más eficaz. Es mejor pensar en un simple desconocimiento. Lamentable, pero perdonable. El resto de las imágenes publicadas en esa red sugiere que se trata de un local en el que se preocupan por lo que hacen, con bocados que invitan, cervezas artesanas, promoción de iniciativas como la celebración del día del Japón, vinos por copa de marcas conocidas y, en fin, que es un sitio al que podría entrar el lector. Que en un lugar así aún haya colado un turbio «especialmente embotellado» para la casa, invita a reflexionar. Sobre lo enraizado de un engaño que los más optimistas creían olvidado. Aún queda quien se deja enredar en el timo que supone asociar el nombre de una comarca vitivinícola con ese fermentado de uva de origen desconocida. La del turbio es una de esas miserias recurrentes que asoman de vez en cuando. En ambientes cutres es lamentable. Pero en entornos pretendidamente formados, debería ser motivo de preocupación. Algo falla.