Ojalá tener para siempre la mente de un niño; y su inocencia; y su capacidad de adaptación

María Doallo
Desde el 2019 soy redactora en la sección de Sociedad y Cultura de La Voz de Galicia. Experta en dar noticias buenas (y bonitas). Cuento la historia de personas valientes que hacen cosas

Durante el confinamiento a mi sobri postiza -tengo de - solo le hizo falta una conversación con sus padres -también tengo unos amigos que son padrazos- para entender que tenía que quedarse en casa. Cuando llegó la desescalada había crecido unos centímetros que para mí eran palmos pero, sobre todo, había sacado a la luz su parte más... ¿madura? ¿Se puede ser madura con 9 años? Supongo que ¡y tanto! Alex es buena, es inteligente, es empática, es sensible, es inocente, es comprometida, es justa y es tan guapa que me da miedo pensar en el día en el que empiece a romper corazones sin querer. Una vez más fue la niña la encargada de demostrarnos a todo el grupo que éramos capaces de salvar al mundo siguiendo unas normas a pies juntillas. Ahora que la ciudad está cerrada y que nosotros no podemos juntarnos, ni tan siquiera vernos, echo de menos a esa enana prácticamente todos los días. Ella, sin embargo, lo lleva genial. Va al cole, disfruta de sus amigos, de su noviete -me mata cada vez que me habla de esa relación- y de sus papis en casa. Se adapta. Comprende y acepta. Y con esas pocas preguntas para las que todavía no le tenemos respuesta, lo que hace es aparcarlas hasta que aparezca una solución. Todos deberíamos ser un poco más como Alex.

Así son los niños. Dispuestos y entregados. Resueltos y directos. El otro día, mientras hacía un reportaje en el rural, un peque cruzó la carretera sin ser por el paso de cebra. Corriendo. Iba directo al quiosco. Seguro que algo divertido le esperaba en esas revistas, cómics o álbumes de cromos. Su madre corrió detrás y al llegar a la puerta le espetó: «Non sabes que me tes que dar a man para cruzar?». A lo que el niño respondió, completamente tranquilo y seguro de sí mismo: «E o covid, mamá?». Fin de la discusión. Punto para el más bajito.

Algunos niños se lo han tomado a pecho. Hasta el punto de creer que darle un abrazo a su amigo cuando se hace daño en el patio es casi un delito judicial. Luego a la noche, en la cama antes de acostarse lo confiesan buscando redención. Sintiéndose fatal. Eso es tener conciencia y honestidad. Lo que tanto nos falta a los adultos de esta ciudad.

Sé que algunos niños lo llevan regular. Por ejemplo Lucas. Que no entiende por qué sus papás no le dejan jugar en el parque cuando sus amigos sí lo hacen. Y cada fin de semana. No puede comprender por que estas restricciones son para unos sí y para otros no. La verdad es que yo tampoco Lucas, pero tú lo estás haciendo genial. Están los que preguntan por qué son tóxicos y cuándo podrán volver a ver a sus abuelis, desesperados y decepcionados. Al comienzo de la pandemia pensaba que ser niño era una ventaja por la falta de consciencia sobre la realidad. Ya no lo sé. Lo que tengo claro es que mucho mejor nos iría si nos fijásemos en su forma de acatar y de actuar.