Salió a la palestra estos días ante la opinión pública alemana: un sacerdote del arzobispado de Colonia, uno de los más ricos del territorio eclesiástico germano, tiene deudas de juego por valor de medio millón de euros y el cardenal Wölki ha ordenado que sean saldadas con el remanente de la caja cardenalicia. El propio Wölki ya dejó estupefactos a los católicos al descubrirse que su nómina era equivalente a de un secretario de Estado, alrededor de 11.000 euros al mes, y lo pagan todos los alemanes, dado que ese sueldo no procede de la casilla de las aportaciones a la iglesia católica dentro de la declaración de la renta. Por los tratados entre Alemania y Vaticano se acordó después de la Segunda Guerra Mundial que la conferencia episcopal alemana se hacía cargo de los sueldos de los párrocos, pero las jerarquías superiores, y sus asesores, tendrían que ser a nómina del Estado y con el equivalente rango administrativo civil. Actualmente Alemania tiene saldada su deuda de reparaciones con la Primera Guerra Mundial, y para la Segunda creo que le queda poco. Pero sigue sin librarse de las compensaciones de las desamortizaciones de la época de un tal Napoleón Bonaparte, al expropiar este las propiedades eclesiásticas germanas y hacerlas de uso civil. Pues esa deuda se sigue arrastrando a lo largo de la historia. Ni Bismarck, ni la república de Weimar, ni el mismísimo Hitler se atrevieron meter mano en el asunto. Con la Ley Fundamental de Bonn se tuvo la oportunidad, pero el lobby de la iglesia católica manejó muy bien los hilos entre las fuerzas aliadas de ocupación.