El profesor y político ourensano Cid Sabucedo falleció la semana pasada
01 ago 2023 . Actualizado a las 13:45 h.El 29 de julio familiares y amigos dimos el último adiós en el cementerio de Vilar de Ordelles (Esgos) al entrañable amigo, compañero, profesor y político Alfonso Cid Sabucedo. La noticia de su muerte, que impactó a la sociedad ourensana, lo hizo mucho más en los amigos y compañeros que compartimos con él docencia, gestión e investigación y, desde su jubilación, tertulias, un café (normalmente de doce a una), paseos y algún que otro ágape con compañeros de la Universidad de Santiago o de la de Vigo. Era muy habitual vernos a media mañana en una terraza del parque de San Lázaro o caminando por el Paseo. En los últimos días estas citas empezaron a espaciarse, mi amigo dejó de tener su presencia habitual, dándonos excusas (que respetábamos, aunque no comprendíamos), «a ver cómo me encuentro mañana, llámame mañana», nos decía, y que vendría al día siguiente. Ya no hubo día siguiente. Nuestro contacto último se limitaba a llamadas telefónicas, animándolo a salir hasta que conocimos el fatal desenlace.
Lo conocí al comienzo de la década de los setenta. Él recién llegado a la Escuela Normal, como profesor y yo como alumno del practicum de Magisterio, mi último curso de formación como maestro. El primer encuentro supuso el inicio de una amistad inquebrantable, que mantuvimos con total lealtad, y que seguirá a pesar de su ausencia. Ahí se inició un camino que juntos compartimos, tanto en lo personal, como en lo profesional y lo político. En lo personal siempre me tuvo a su lado (como yo a él) dándonos consejos y ayudas en todo aquello que afectaba a nuestras vidas. Su paso por la escuela de Magisterio marcó un antes y un después. Su buen hacer, su forma de entender la docencia, su talante democrático, dando juego a la participación de los alumnos en una época oscura de la dictadura que empezaba a dar muestras de agonía, su relación cordial con la mayoría de sus compañeros, le llevaron a ser director de la misma, con un estilo que abrió las puertas de la institución a la sociedad.
Con su apoyo llegué a ser su compañero en la universidad, como profesor de su departamento, primero como asociado y luego como contratado doctor. Fue mi director de tesis y compartí con él muchas investigaciones y publicaciones. Dirigió el departamento de Didáctica, Organización Escolar y Métodos de Investigación que abarca los Campus de Ourense y Pontevedra, y que yo tuve el honor de dirigir cuando él cesó en su mandato democrático. Compartí en la UNED de Pontevedra, durante un curso, tutorías, y allí coincidíamos con otros compañeros de Pontevedra, Santiago y Ourense. En los encuentros informales que manteníamos, él era siempre el animador de las tertulias y discusiones. En la política, compartí su paso a la misma, como concejal en el Ayuntamiento de Ourense. La gestión de Alfonso como director de la Escuela Normal (luego Escuela Universitaria de Formación del Profesorado) suscitó el interés del PSOE de integrarlo en sus filas. Yo era militante, él no lo era; me lo comentó, lo hablamos (también con su esposa María José) y después de darle vueltas decidió dar el paso; me pidió que yo lo avalara para darse de alta como militante. Entró en política con las manos limpias y salió de ella igual, con la cabeza muy alta por haber cumplido una etapa al servicio de sus vecinos con honradez y honestidad.
Nos dejó en silencio, sin querer molestar, ni siquiera a los amigos, eso sí, dejándonos su huella de profunda amistad; él lo quería así, y debemos respetar su voluntad.
Alfonso, sabes (allí donde estés) que tus amigos te estamos preparando un homenaje merecido, aunque sea póstumo; que sepas que todos aquellos que te apreciábamos estamos volcados en ello. Sé que tu no eras dado a estas cosas, que querías pasar desapercibido, pero me perdonarás (nos perdonarás), aquí no nos vas a convencer de lo contrario. Amigo, compañero, que la tierra te sea leve.